domingo, 26 de junio de 2011

1524-26 GUERRA DE LOS LABRADORES: EN EUROPA NOBLES CONTRA CLASE OBRERA


Los desórdenes ocurridos en Forschheilu (Franconia) y St. Blasien (en la Selva Negra) no fueron propiamente combates por los derechos de los campesinos, sino simples asaltos a las bodegas de los monasterios. La guerra propiamente dicha estalló el 23 de junio de 1524, cuando la con-desa de Jüpien-Stühlingen pretendió mandar a algunos de sus campesi-nos a juntar caracoles en los momentos en que estaban ocupados en re-coger su heno. El tumulto, iniciado en las cercanías de Schaffhausen, se había extendido en diciembre a toda la alta Suabia. El cabecilla, Hans Müller, buscó alguna ayuda de fuera, y encontró una posibilidad en la ciudad de Waldshut, políticamente ambiciosa, situada en un importante vado del Rin, a poca distancia de Schaffhausen. Lejos del centro del po-derío austríaco, la ciudad de Waldshut estaba madura para el caudillaje evangélico por el hecho de que, aun siendo pequeña, buscaba alguna base para convertirse en ciudad libre imperial, o más autónoma aún, como los vecinos cantones suizos, y coaligada tal vez con ellos en la Con-federación (según había sucedido con Appenzell una generación antes). Como el pastor de Waldshut, que era el doctor Baltasar Hubmaier, se-guidor de Zwinglio, estaba destinado a convertirse muy pronto en una de las figuras importantes de la Reforma Radical, no será inadecuado inte-rrumpir nuestro relato de la guerra para ocuparnos de la vida de este discutido personaje, hasta el momento en que su congregación entró en tratos con los campesinos insurgentes.
Baltasar Hubmaier (1481-1528), nacido en Friedberg, cerca de Augs-burgo, había estudiado en la universidad de Friburgo. Juan Eck, el ad-versario de Carlstadt y de Lutero en la disputa de Leipzig, llegó a tener un poderoso ascendiente sobre él y lo alentó a proseguir sus estudios de teología, en los cuales hizo rápidos progresos. Las necesidades económi-cas lo forzaron a aceptar un puesto de preceptor en Schaffhausen, pero poco después pudo regresar a la universidad, y recibió las órdenes sacer-dotales. Cuando Eck se trasladó a la universidad de Ingolstadt, Hub-maier no tardó en seguirlo. Fue en Ingolstadt donde recibió su docto-rado en teología, y fue Eck quien en esa ocasión pronunció la oración académica. Poco después fue nombrado co-rector de la universidad y, en reconocimiento de su elocuencia en el púlpito, capellán de la catedral de la cercana Ratisbona.
El populacho de Ratisbona estaba entregado a la sazón a violentos desmanes antisemíticos, en los cuales, innoblemente, participó Hubmaier. El episodio culminó con la expulsión de los judíos y la demolición de su sinagoga. (En el lugar en que ésta estaba se construyó en seguida una capilla que no tardó en atraer peregrinaciones muy lucrativas para la ciudad.) En conexión con esos acontecimientos se lanzaron groseros in-sultos, los cuales afligieron de tal modo a Hubmaier, que con gusto aceptó la invitación de ir como cura a Waldshut. Aquí predicó su primer sermón en la primavera de 1521, conservando todavía, por supuesto, su fe católica. Pero en el verano de 1522 comenzó a cambiar, gracias a la lectura de los escritos de Lutero. Después de estudiar cuidadosamente las principales epístolas de San Pablo, y de predicar sobre ellas, Hubmaier visitó a Erasmo en Basilea. Le llegó entonces una nueva invitación de Ratisbona, y él la aceptó; pero no tardó en tener dificultades, cuando a través de sus sermones se hicieron visibles sus nuevas convicciones, y en-tonces regresó de muy buena gana a su puesto de Waldshut, donde aún no lo había sustituido nadie. Inmediatamente entabló correspondencia con los reformadores suizos, y discutió con Zwinglio el problema del bau-tismo. En 1523 tomó parte en la segunda disputa de Zurich (cap. v.2.a), donde estuvo al lado de Zwinglio, y, de regreso en Waldshut, comenzó a poner en práctica unas reformas de las cuales apenas si se había hablado en Zurich. Introdujo el servicio litúrgico alemán, abolió los reglamentos del ayuno, y contrajo matrimonio. Allí, en Waldshut -mucho más que en Zurich, donde la preocupación dominante era lograr la hegemonía de toda la Confederación suiza, formada de repúblicas campesinas v (te ciudades-estados, y muy heterogénea en lo religioso-, le fue posible a Hubmaier combinar creativamente el ansia local (le libertad civil v la urgencia general de una renovación de la Iglesia.
De este modo ocurrió que, cuando la gran Guerra de los Campesinos se inició en la vecina Stühlingen, y los campesinos de esta localidad se sublevaron contra su señor y convergieron en Waldshut, encontraron a la población no sólo reformada según las pautas evangélicas bajo la guía de su nuevo pastor, sino también a punto de resistir por las armas a la ad-ministración del Austria citerior, la cual, como es natural, no iba a permi-tir semejante reforma.
La actitud de Hubmaier en Zurich perturbó evidentemente al go-bierno austriaco, que con no poco dolor había estado presenciando el rápido avance de la gran rebelión teológica. Imbuido del espíritu de Zwinglio, Hubmaier había leído en público sus dieciocho Schlussreden acerca de la vida cristiana, con las cuales esperaba ganar para su causa al clero de Waldshut, puesto que la ciudadanía ya estaba ganada. La facción católica de Waldshut y de sus alrededores había exigido, a través de car-tas muy perentorias, la destitución de Hubmaier. Las autoridades aus-tríacas hicieron entonces lo posible por que el pastor fuera entregado al obispo de Constanza, pero el pueblo de Waldshut lo protegía.
Los campesinos de Stühlingen, que luchaban por reconquistar sus an-tiguos fueros, y los habitantes evangélicos de Waldshut, que apoyaban a i su predicador popular, obraban al impulso de motivos diferentes, pero tenían ttn enemigo común: el archiduque austriaco. A fines de julio de' 1524, una fuerza de quinientos cincuenta campesinos armados hizo una' visita a Waldshut, y a mediados de agosto regresó para concertar con las autoridades municipales un tratado de ayuda y protección mutuas. A1 principio, las autoridades austriacas no estuvieron en posibilidad de actuar decididamente; sin embargo, para proteger su reforma, Hubmaier prefirió refugiarse durante un tiempo en la localidad suiza de Schaf1hau-sen, donde había sido preceptor en sus días de estudiante, y así salió de Waldshut el 1° de septiembre de 1524.
Robustecidos por el convenio que habían celebrado con la ciudad, los, campesinos, bien armados siempre, salieron también de Waldshut para entablar pláticas con los señores. La situación, para estos últimos, no era nada fácil. Estaban cansados de las negociaciones, pero sin recursos para emprender acción alguna. El 3 de septiembre, varios funcionarios austriacos importantes -el conde Rodolfo de Sulz, el vicegobernador de la Alsacia superior, los representantes de Stuttgart, e incluso el presidente del regimiento imperial de Esslingen- fueron invitados a Radolfzell para estudiar a fondo la situación. En esta junta de nobles y funcionarios se decidió acudir a las armas contra los campesinos de Suabia, y levantar un ejército de doce mil soldados de infantería y seiscientos de caballería. Pero ni la nobleza local ni el gobierno austriaco disponían de fondos, y la resolución se quedó en el papel. Sin embargo, el conde Rodolfo, a quien se había instado a buscar una solución pacífica, trató el 10 de septiembre de llegar a algún arreglo con el conde Sigmundo de Stühlingen y sus campesinos.
Las dos partes se pusieron de acuerdo en cuanto a varios puntos esenciales, pero los campesinos, una vez satisfechas sus nada exageradas peticiones, se negaron a entregar su estandarte de batalla y a implorar perdón en campo abierto; en consecuencia, las pláticas quedaron rotas. La ciudad de Zurich mandó entonces ciento setenta voluntarios para ayudar a Waldshut y a sus aliados campesinos; y Austria, que no quería tener conflictos con los suizos, no tomó ninguna acción en contra. La tensión siguió en aumento hasta fines de 1524.
En noviembre y diciembre, Tomás Müntzer estuvo en las inmediacio-nes de Waldshut, en Griessen, capital del condado de Stühlingen, y en la región del Hegau, tratando de reclutar a los campesinos de esas regiones para que acudieran a la guerra, en su fase de Turingia. No parece, sin embargo, que los campesinos se hayan entusiasmado con sus sermones. Se negaron a acudir, excepto como mercenarios (cosa para la cual no estaba preparado Müntzer). Las ideas de Müntzer impresionaron a Hubmaier, pero no parece que los dos hombres se hayan conocido personalmente. Más o menos hacia entonces regresó Hubmaier de su destierro tem-poral de Schaffhausen para reanudar sus funciones de pastor en Walds-hut. Desde aquí le escribiría ya en enero de 1525 a Ecolampadio acerca de ciertas ideas avanzadas que había estado rumiando en cuanto al apla-zamiento del bautismo de los infantes (cap. vi.3).
En vista de la debilidad de las autoridades austriacas, el desterrado duque Ulrico de Württemberg trató de consolidar sus propios planes para recuperar su ducado. Había reunido un número considerable de soldados, y el 23 de febrero de 1525 se presentó ante las puertas de Stuttgart con seis mil de infantería y trescientos de caballería. Justamente el día siguiente, en la lejana Pavía, su protector Francisco 1 de Francia fue tomado preso por el emperador, o sea el que había despojado a Ul-rico de su ducado. Ahora bien, los mercenarios de Ulrico eran suizos en su mayor parte, y entonces la Confederación les dio órdenes de regresar, con lo cual Ulrico se quedó prácticamente solo. Los austriacos, aliviados por su victoria contra Francia, pudieron ahora ocuparse de Ulrico, y aprovecharon las fuerzas que contra él habían reunido para lanzarlas ahora contra los campesinos.
El 12 de marzo de 1525, Sebastián Lotzer, de Memmingen, publicó los famosos Doce Artículos, en cuya revisión había colaborado la mano de Hubmaier. Sus demandas eran, en resumen, las siguientes: a cada con-gregación debe reconocérsele el derecho de elegir y de destituir a su pastor (artículo i); el diezmo para el sostenimiento del clero debe limi-tarse al "gran diezmo" (trigo y otros productos del campo), mientras que el "pequeño diezmo" (cabezas de ganado y productos lácteos) tiene que caducar (li); la servidumbre debe quedar abrogada (ili), puesto -que Cristo ha redimido o libertado a todos los hombres por igual; así, pues, todos los hombres, y no sólo los señores, tienen el derecho de cazar y pescar (iv) y de juntar leña en el bosque que a todos pertenece (v); no podrán ya exigirse servicios que excedan de lo que permite la Palabra de Dios (vi) o de lo que ha establecido la costumbre (vii), y estos servicios estarán en proporción con el valor de la tierra que se tenga (viit); los castigos no deben ir más allá de lo admitido por la ley de la costumbre, independientemente de lo que pueda estar establecido en el derecho ro-mano (ix); los prados y campos que han sido comunes deben volver a esta situación (x); los señores deberán renunciar al tributo que suelen exigir cuando muere un jefe de familia, con lo cual dejan en la miseria a viudas y huérfanos (xi). Al final se declara que, en caso de demostrarse que alguno de los artículos va contra la Palabra de Dios, será retirado inme-diatamente (xii). Estos Doce Artículos representaban la quintaesencia de las muchas razones de agravio que prevalecían en la alta Suabia. Cons-tituyen un importante testimonio religioso de la Reforma lo mismo que un documento de protesta social. Pero lo que dio a los Doce Artículos su universalidad fue su fundamentación evangélica; en este sentido, no po-día ser más agudo el contraste con la lista de agravios de los campesinos de Stühlingen, restringida a los abusos locales y carente de orientación evangélica.
El 7 de mayo de 1525 se formó en Memmingen, bajo la dirección de Lotzer, una "unión cristiana" (Christliche Vereinigceng) de las bandas de campesinos de las regiones del Allgáu, el lago de Constanza y Baltringen. Estos confederados tomaron los Doce Artículos como base. Dieron cuenta de su existencia a la Liga de Suabia, coalición de ciudades patro-cinada por Austria declarando que no tenían intenciones de recurrir a la fuerza. En la zona del Allgau, acaudillada por Jorge Knopf, ya había esta-llado la violencia el 4 de abril, y el senescal Jorge de Waldburg había contestado en la misma forma, aniquilando a una banda de campesinos en Leipheim, cerca de Ulm. El reformador de Leipheim, Juan Jacobo V'ehe, fue ejecutado junto con cinco campesinos, y las poblaciones de Leipheim y ejecutado fueron saqueadas. Alarmados y enfurecidos, los campesinos de la alta Suabia reunieron un ejército de doce mil hombres. El senescal se puso en marcha al frente de siete mil soldados, pero no se decidió a atacarlos. Como, por lo demás, las demandas de los campesinos eran moderadas, firmó con ellos el tratado de Weingarten (17 de abril de 1525), en el cual se aceptaban algunas de ellas. En esta forma terminó la primera fase de la guerra.
Gracias al tratado, el senescal imperial quedó en libertad de acción para entenderse con los demás grupos rebeldes de campesinos, cuya actitud era más violenta y cuyas demandas eran más amplias que en el caso de la zona de Suabia.
b) La fase de Franconia: Carlstadt en Rothenburg
Fuera de la alta Suabia, el agitado movimiento tuvo dos focos principales: Rothenburg, donde estalló la guerra durante el mes de marzo de 1524 y de donde se propagó por toda 1a Franconia, y Mühlhausen, donde las radicales reformas socio-religiosas de Enrique Pfeiffer se iniciaron en agosto de 1524 para tener luego una repentina erupción de violencia que se extendió por toda la Turmgia en las dos últimas semanas de abril de 1525. Dos de los principales portavoces de la Reforma Radical se vie-ron estrechamente identificados con estas dos zonas: Carlstadt con Rothenburg, en el papel de moderador (poco eficaz) de los excesos, y Müntz con Mühlhausen, en el papel de predicador profético. En esta sec ción vamos a limitarnos al sector de Franconia.
Los campesinos de Franconia, con la colaboración de las ciudades aliadas, lanzaron un programa mucho más radical que el de los de la alta Suabia, pues exigían, entre otras cosas, la reorganización del Imperio, con un parlamento de campesinos. El ejército campesino de Franconia estuvo caracterizado por una piedad y una sobriedad ejemplares, y reci-bió considerables lecciones de disciplina militar de tres personajes proce-dentes de la nobleza -Florián Geyer, Wendel Hipler y Gótz de Berlichin-gen-, los cuales decidieron ponerse a la cabeza de lo que había comen-zado como una fuerza abigarrada y desorganizada. Hipler había sido an-tes canciller de la casa de Hohenlohe, y era amigo del caballero Gótz (acerca del cual compondría más tarde Goethe su famoso drama). Gótz se puso a la cabeza de los campesinos en su marcha de Gundelsheim a Würzburg, y luego de Würzburg en dirección a Heilbronn, y al final los abandonó. Entre las figuras prominentes, el único que se nos muestra como un caudillo consagrado es el caballeresco Florián Geyer. Hombre bien educado, moderadamente rico, no se unió al movimiento de los campesinos por razones oportunistas, sino impulsado por una auténtica convicción interna en cuanto a la necesidad de la reforma y en cuanto a la legitimidad de las demandas.
Para nuestro objeto, la exposición de los sucesos de Franconia puede iniciarse con la entrada de Carlstadt en la ciudad imperial de Rothen-burg, sobre el Tauber. Carlstadt, a quien dejamos en el capítulo anterior en los momentos en que se esfumaba la posibilidad de un acuerdo entre él y el pastor de Allstedt, Müntzer, antes de estallar la guerra, vivía deste-rrado de Sajonia, y por casualidad se encontraba en Rothenburg al ini-ciarse el movimiento armado. Había, por cierto, una razón para esta pa-rada en Rothenburg, camino de Basilea. Los campesinos insurgentes le habían impedido entrar en su nativa Karlstadt (hacia el noroeste), adonde; quería ir para visitar a su madre, probablemente viuda. El predicador luterano de Rothenburg, Juan Teschlin, después de pasar por una fase violentamente antisemítica, había evolucionado hacia un puritanismo, cristiano laico muy parecido a la posición a que había llegado Carlstadt en Orlamünde. Acompañado de una muchedumbre de seguidores, Carlstadt entró en la pequeña ciudad imperial a fines de 1524. En vista de su radicalismo en cuanto al sacramento del altar, y en vista también j de que tiempo atrás había sido expulsado de Sajonia a instancias de Lutero, el ayuntamiento, compuesto de patricios, decidió hacer otro tanto por un edicto de 27 de enero de 1525, lo expulsó de Rothenburg; pero poco después Carlstadt regresaba para tomar parte, aunque de manera un tanto incidental, en la sublevación campesina, uno de cuyos centros iba a ser muy pronto Rothenburg.
Durante el siglo xv, la ciudad había atravesado varios períodos de conflicto, en los cuales, poco a poco, los artesanos y también los campesi-nos domiciliados dentro de las murallas habían ido ganando algunos de-rechos en contra del nada generoso ayuntamiento de los patricios. (An-tes de esos períodos de conflicto, los patricios se habían reservado a sí mismos el derecho de ciudadanía.) Aunque los campesinos burgueses de Rothenburg estaban ya emancipados, conservaban aún su hostilidad con-tra los patricios, de manera que bastó la presión de los campesinos que vivían fuera de las murallas para que unieran su suerte a la de los insurgentes.
La segunda fase de la guerra, en el segundo de sus teatros, comenzó, sin que nadie se diera cuenta de ello, el 21 de marzo de 1525, cuando treinta campesinos pertenecientes a la milicia de la aldea de Ohrenbach, que dependía de Rothenburg, entraron en la ciudad, al son de pífanos y tambores, para proclamar sus agravios contra el ayuntamiento. Los patri-cios del ayuntamiento no les hicieron ningún caso, y los campesinos se reti-raron indignados. Las demás aldeas dependientes de Rothenburg con-vocaron a sus hombres en plan de guerra, y la situación se volvió inmediata-mente peligrosa. El margrave Casimiro de Brandemburgo, cuyo territo-rio rodeaba por todas partes a Rothenburg, ofreció su ayuda, pero los patricios y los burgueses por igual comprendieron perfectamente que aceptarla hubiera significado el aplastamiento de sus libertades civiles por parte de un personaje que desde hacía tiempo venía viendo ese enclave cívico como una espina en la planta del pie. Sin embargo, en los momen-tos en que el ayuntamiento estaba a punto de asegurarse el apoyo de los artesanos apremiados para una línea de conducta que, desde el punto de vista de la plebe, no podía ser sino reaccionaria, se levantó un tal Esteban de Menzingen y pidió que los artesanos celebraran sus juntas aparte y decidieran una acción más ventajosa no sólo para ellos mismos, sino tam-bién para los campesinos agraviados. Por su nacimiento, Menzingen per-tenecía a la clase de los caballeros; había estado durante un tiempo al servicio del margrave, pero últimamente se había hecho acérrimo ene-migo tanto del margrave como de los concejales de la ciudad. Carente de convicciones religiosas o sociales profundas, se había puesto a la ca-beza de los ciudadanos inquietos y, rápidamente, daba los pasos necesa-rios para conseguir su apoyo a la sublevación de los campesinos. Lo que buscaba era su propia ventaja.
Gracias a sus esfuerzos se organizó una especie de comité de seguri-dad, o de urgencia, que muy a pesar suyo estuvo penetrado de convic-ciones evangélicas, y sobre el cual ejerció alguna influencia la predicación sacramentaría de Carlstadt. Las acciones más provocativas de Esteban Menzinger eran inmediatamente mitigadas o reprimidas por el antiguo burgomaestre Ehrenfried Kump£ Este Kumpf, hombre a quien respeta-ban plebeyos y patricios por igual, pudo parlamentar con las masas de sus conciudadanos, a quienes pidió moderación, y con los patricios del ayuntamiento, a quienes pidió importantes concesiones para los campesi-nos de las aldeas dependientes, antes de que fuera demasiado tarde. En cierta ocasión, Kumpf se presentó acompañado del predicador Carlstadt, a quien antes el ayuntamiento había expulsado de la ciudad por edicto, y a quien traía ahora como un árbitro idóneo en la contienda civil impe-rante. Carlstadt mismo se abstuvo de tomar parte en el tumulto social, y decidió limitarse a predicar la justicia social y a aconsejar la moderación evangélica. De hecho, el comité no lo eligió como representante para par-lamentar con los campesinos que vivían fuera de las murallas. En los días anteriores a la fiesta de Pascua, los habitantes de la ciudad lanzaron una vigorosa ofensiva contra los viejos creyentes que aún quedaban y contra sus ministros. El Sábado Santo, 15 de abril, un monje ciego, que se ha-llaba completamente bajo la influencia de Carlstadt, se levantó para de-clarar que el sacramento del altar no era sino una superstición y una herejía. El 17 de abril, Carlstadt mismo subió al púlpito de la iglesia pa-rroquial y predicó contra las dos doctrinas acerca del sacramento, la cató-lica y la luterana, con lo cual, sin quererlo, dio lugar a que se repitiera en Rothenburg el mismo tipo dé iconoclasta que había estallado en Witten-berg durante la ausencia de Lutero. Para entonces, la sublevación campe-sina del territorio de Rothenburg se había fundido plenamente con la sublevación general de Franconia, y la situación era tan desesperada, que el ayuntamiento parecía a punto de aceptar el auxilio del odiado mar-grave. De esa manera le fue posible a Esteban de Menzingen explicarles a los artesanos y a los campesinos locales que las libertades de los habitan-tes de Rothenburg iban a quedar restringidas, y los instó a acceder a las exigencias cada vez mayores de los enfurecidos campesinos de Frariconia y, concretamente, a unirse al "pacto fraternal", que hacia esos momentos tenía un objetivo militar bien definido, a saber, la fortaleza del obispo de Würzburg. Los habitantes de la pequeña ciudad no podían menos de darse cuenta de los riesgos que implicaba ser aliados de las hordas cam-pesinas, pues no serían sus miembros más evangélicos los que harían las incursiones más a fondo en las bodegas de la localidad. Con todo, el 10 de mayo de 1525 los habitantes de Rothenburg siguieron el ejemplo de los de Heilbronn, Wimpfen y Dinkelsbühl, y juraron lealtad al pacto de los campesinos extendiendo solemnemente las manos.
Fue la enérgica y vigorosa personalidad de Florián Geyer el factor determinante en la decisión final que tomaron los vecinos de apoyar la alianza. El viejo burgomaestre Kumpf consintió en la alianza militar con esperanzas de que el movimiento campesino se convirtiera en un medio de difundir el evangelio por todo el Imperio. Carlstadt, que sin duda había escuchado el discurso pronunciado por Florián Geyer en la iglesia de Santiago, sintió que ahora era su deber salir con los exaltados ciuda-danos de Rothenburg y unirse a los campesinos en calidad de capellán, con el fin de que no se extralimitara un movimiento que estaba pidiendo justicia social.
No bien había salido Carlstadt de la ciudad, cuando comenzó a experimentar. La violencia de los campesinos mismos para con los cuales acababa de mostrar su simpatía. Lo había precedido el rumor de que, pese a todo su esfuerzo por identificarse con la causa de los campesinos de los alrededores de Orlamünde, y ahora de los de Rothenburg y sus contor-nos, él no era agricultor, sino un erudito educado en una universidad. Cerca todavía de una de las puertas de la ciudad, un mercenario al servi-cio del Haufe de campesinos, después de un breve y violento intercambio de palabras con Carlstadt, sacó su daga, y allí lo hubiera matado de no ser porque estuvo listo a desviar el golpe un joven concejal que pertene-cía, como Kumpf, a la nueva comisión militar. En una carta a los campesinos, que ya habían instalado su campamento, Carlstadt les recordó el ejemplo de Asiria y Moab y otros pue-blos a quienes el Señor había utilizado como azote de su ira contra su pueblo santo. Y les advirtió a los campesinos que, aunque eran ahora el instrumento de la cólera divina, también ellos, a su vez, podrían ser casti-gados más tarde, si cometían excesos. Esta carta levantó a los campesi-nos en contra de él. A partir de ese momento le fue ya casi imposible conseguir que oyeran las opiniones proféticamente críticas que tenía sobre la justicia social.
Abatido y desalentado, regresó el 16 de mayo, y a duras penas fue readmitido en las puertas de Rothenburg. De no haber sido esta vez por la intervención de Menzingen, habría sido ahorcado por los mismos hombres a quienes antes había atraído a sus sermones. Sus adversarios los patricios que había entre los concejales y que mantenían sus prefe-rencias por el catolicismo, así como los campesinos y los artesanos que en realidad no habían entendido nunca a qué se refería cuando hablaba del sacramento del altar- insistieron el 18 de mayo en que el extranjero saliera inmediatamente de la ciudad, y que no se toleraran en Rothenburg sino "verdaderos predicadores cristianos, que prediquen y enseñen el santo evangelio y la palabra de Dios de manera clara y rotunda, sin glosas sutiles y sin adiciones humanas". Superficialmente, estas palabras sue-nan a un llamamiento evangélico en contra de las medias tintas, pero, en realidad detrás de las etiquetas, tomadas de la nueva terminología evan-gélica y bíblica, estaba una concepción sacramental más conservadora que la de Carlstadt. En efecto, otra de las exigencias de ese mismo orador que habló en nombre del ayuntamiento y de los campesinos, era que se debía permitir a los seglares recibir el pan y el vino por lo menos una vez al año, a fin de que "todos los fieles cristianos, según la invitación y el pre-cepto de Nuestro Señor Jesucristo, reciban bajo la forma del pan y del vino su cuerpo bendito y su sangre sonrosada". Los artesanos que, con sensibles muestras de aprecio y de entusiasmo, habían oído a Carlstadt pronunciar esos sermones acerca del sacramento como un signo que representaba el sacrificio único de Cristo en el Calvario, ciertamente no habían entendido bien.
Carlstadt persevere todavía en su esperanza de mitigar los excesos del movimiento campesino, y formo parte de la comisión que represento a Rothenburg en la reunión que la gran Bruderschaft (hermandad) de Franconia celebro en Schweinfurt en los dos primeros días de junio. Había habido una reunión anterior en Heilbronn, con objeto de constituir un frente campesino unificado que en seguida podría organizarse como estamento de la dieta imperial; por desgracia, la derrota de Zabern (17 de mayo de 1525), que sojuzgo al sector alsaciano, y sobre todo la derrota sufrida antes en oblingen (12 de mayo), habían causado momentáneamente el colapso de este esfuerzo constitucional tan constructivo. Carlstadt estuvo acompañado de su esposa, mujer valiente, que soporto con el los ultrajes a que todavía tuvo que pacer frente en medio de aquellos campesinos a quienes el, come vocero espiritual, había tratado de guiar. La "dieta" de Schweinfurt fue un fracaso, por falta de una representación adecuada de los diferentes miembros de la alianza.
A1 mismo tiempo, los campesinos estaban siendo sometidos en Konigshofen (2 de junio) por las tropas de Jorge de Waldburg. Por toda la región, campos, huertos y aldeas estaban ardiendo en llamas. El terror; reinaba en Wurzburg. Completamente desmoralizados, los restos del ejército campesino fueron derrotados en una batalla cerca de las poblaciones de Sulzdorf a Ingolstadt, el 4 de junio. Florian Geyer perecieron en compañía de un grupo de campesinos a quienes iba capitaneando en Schwabisch-Hall, el 9 de julio de 1525.
Carlstadt escape en un cesto bajado por encima de la muralla de Ro-thenburg. Nos volveremos a encontrar con el en Basilea, donde hará un esfuerzo por concentrarse en su teología eucarística y por atraer a sus opiniones a los teólogos de Suiza y de Estrasburgo (cap. v). Mientras Carlstadt tomaba la parte que hemos visto en las luchas de, Rothenburg, Gerardo Westerburg, su cuñado, y su socio en los días de Sajonia, se distinguió en Francfort como caudillo de la reforma tanto, religiosa como social, prestando auxilios a los campesinos que buscaban; simpatizantes en las ciudades.
En Franctort, al igual que en Maguncia y el Rheingau, el movimiento campesino fue s6lido en el sentido constitucional y en el sentido religioso y durante un tiempo corrió con buena fortuna. Por ejemplo: los campesinos del Rheingau, aliados con el caballero Federico de Greiffenklau y apoyados per Gaspar Hedio, evangelista (cap. x.2-3), se congregaron en el Wacherholde y, llamándose a si mismo Bundesgenossen, adoptaron el 23 de abril de 1525 los llamados artículos de Rheingau, que renovaban los derechos consignados en los viejos diplomas y en las resoluciones jurídicas anteriores, inclusive el Weistum de 1524. Pero ahora había cosas nuevas: se pedía que fuera la congregación quien eligiera sus pastores, que se clausurara el monasterio vecino, opresivo para todos los habitantes de esa región, y que se eliminaran todos aquellos diezmos y tributos a cambio de los cuales los campesinos, los caballeros y los habitantes de las ciudades no recibieran los beneficios correspondientes. El representante del principesco arzobispado accedió a las demandas, y no hubo derramamiento de sangre. Parecido fue el éxito que durante algún tiempo corono los esfuerzos de Westerburg en Francfort. Los Artículos de Francfort (abril de 1525) tuvieron como base un breve borrador de once puntos, preparado una semana antes por varios hermanos cristianos de Francfort y de Sachsenhausen (dependiente de Francfort), bajo la dirección de Westerburg. Incluían demandas de varios ordenes -religiosas, políticas y sociales-, y representaban el deseo de los artesanos de la ciudad y de los hortelanos de sus alrededores: mejorar su situación económica y política de una manera análoga a la que pedían los Doce Artículos de Memmingen, en los que Hubmaier había metido un poco la mano. En el caso del grupo de Westerburg, era de especial interés la petición de que los pastores fueran elegidos conjuntamente por la parroquia y por el ayuntamiento, y de que se les obligara, mediante reglamentos especiales, a observar su veto de castidad o, en caso de que no to hicieran, a contraer matrimonio en toda forma. En otro de los artículos se proponía una democratización de los procedimientos judiciales, y que en lo sucesivo uno de los dos burgomaestres fuera elegido por la parroquia, a fin de que los pobres pudieran ser tenidos en cuenta en la administración de los asuntos civiles.
Los Artículos fueron aceptados per el ayuntamiento de Francfort. Además, gracias a ellos se reavivo el movimiento reformador de Francfort, que había comenzado en 1522 y había quedado interrumpido a causa de la derrota de los caballeros imperiales que habían abrazado el movimiento de Lutero. Con excepci6n de los Doce de Memmingen, los Artículos de Francfort fueron los únicos que se difundieron en forma impresa, a causa de lo cual se convirtieron en el modelo de documentos análogos de zonas tan septentrionales como Munster y 0snabriick.
La fulminante destrucción de las conquistas constitucionales y religiosas de los campesinos y pequeños burgueses del valle inferior del Meno, de Francfort a Maguncia, fue obra de la Liga de Suabia y del implacable Jorge de Waldburg, que se ensafio incluso contra los esfuerzos moderadores del arzobispo electoral de Maguncia (cardenal Alberto de Brandemburgo) y de su vicario, el obispo Guillermo de Estrasburgo. Este último, en cuya ciudad se había establecido por entonces Hedio como pastor, estaba dispuesto a escuchar las demandas de los campesinos en contra de los diezmos no correspondidos per un servicio clerical. Pero los esfuerzos de Guillermo por salvar a los campesinos del valle del Meno, y el Rin de las rudas represalias de la Liga de Suabia fueron en vano. "Castigar a los campesinos" significó repudiar no sólo los diplomas y tratados más recientes, sino también los Genossenschaftsrechte más venera-bles de esos pequeños agricultores y burgueses.
Sobre el curso de la sublevación campesina en las tierras más cercanas la sede del obispo Guillermo, tendremos algo más que decir en conexión con Clemente Ziegler, evangelista de los campesinos y pacifista ar-diente (cap. x.2). A consecuencia de la presión ejercida por los señores territoriales, Westerburg fue desterrado de Francfort el día mismo de la decisiva batalla de Alsacia, en Zabern. Se encaminó entonces a su Colonia natal, y muy pronto (cap. v.4) nos ocuparemos de él en conexión con su doctrina del psicopaniquistno y en cuanto caudillo del movimiento anabaptista de la región de Colonia.
c) Turingia y Müntzer
Nos alejamos ahora de Franconia y retrocedemos un poco para reanudar el relato de la guerra en el sector de Turingia, donde los papeles principales habían recaído en Enrique Pfeiffer y, hacia el final, en Tomás Müntzer. La región situada entre las montañas del Harz, al norte, y el Erzgebirge, al sur, poblada por colonos procedentes de la baja Sajonia y del Rin, había atraído gente, durante la alta Edad Media, con la promesa de libertad personal y de tenencia libre de la tierra. Cualquier esfuerzo por restringir esas libertades sobre la base del derecho romano provo-caba allí una oposición decidida y acérrima.
Cuando Tomás Müntzer se escapó de Allstedt la noche del 7 al 8 de agosto de 1524 (cap. 111.2) para tomar parte en la Guerra de los Campesinos, la vecina ciudad de Mühlhausen llevaba ya un año de efervescencia social, política y religiosa. El reformador revolucionario era Enrique Pfeiffer, que había llegado como pastor a la ciudad en febrero -de 1523. Sus afanes habían tenido una doble meta: asegurar una representación más amplia de los ciudadanos humildes y de los gremios en el ayunta-miento, e implantar una mayor justicia económica y social. La enorme inquietud reinante estimuló las expectaciones escatológicas de Tomás Müntzer, y la situación política se acomodaba bien a su nuevo temple de ánimo. Lo primero que hizo fue publicar la versión revolucionaria de su Entblössung, que apareció impresa por Juan Hut. A causa de su fama mucho mayor como antagonista de Lutero, y a causa también de sus es-critos, Müntzer ha llegado a eclipsar a Enrique Pfeiffer en la historia del levantamiento de Mühlhausen y de los episodios subsiguientes de la Guerra de los Campesinos, y ésta, al no tener ninguna otra figura pro-minente, ha encontrado en Tomás Müntzer su legendario héroe o vi-llano, dependiendo del punto de vista. Pero la verdad es que Müntzer no tomó parte activa en la guerra sino durante tres semanas a lo sumo, y el testimonio de la Crónica de Mühlhausen es bien claro en cuanto al papel mucho mayor de Pfeiffer.
Müntzer no logró atraer prosélitos entre los habitantes de Mühlhau-sen para su estrategia escatológica, lo cual le produjo gran decepción. Aprovechando el espíritu revolucionario, que para él era un anuncio de la plenitud de los tiempos, se alió entonces con Enrique Pfeiffer para la realización de reformas de orden práctico, y esto lo enemistó con el reac-cionario ayuntamiento de la ciudad. El pueblo lo aceptó como guía por-que lo oía hablar su mismo lenguaje enardecido, pero se identificaba más bien con Pfeiffer, el hombre de los objetivos prácticos. Müntzer trató de introducir su liturgia, que tan popular había sido en Allstedt, y el 15 de agosto mandó traer sus misales. Sin embargo, al cabo de un mes, cuando casi habían logrado la victoria, los dos profetas fueron expulsados de la ciudad (27 de septiembre de 1524) a causa de la hostilidad conjunta de los príncipes circunvecinos, de varios ayuntamientos y también, cosa sig-nificativa, de muchos campesinos. Müntzer siguió considerándose a sí mismo un bíblico guerrero-sacerdote; al firmar sus cartas, o al referirse en distintas circunstancias a su persona, se llamaba "'Tomás Müntzer con la espada de Gedeón", "siervo de Dios contra los ateos", "Tomás Müntzer con el martillo" y cosas parecidas.
Durante esta nueva huida, Müntzer hizo imprimir en Nuremberg su Nochverursachte Schutzrede contra "la carne sin espíritu y de vida muelle de Wittenberg", "el Doctor Mentiroso", "el Dragón", "el Archipagano" etc., expresiones que dan idea de la violencia con que se lanzó a refutar el Vom aufrührischen Geist de Lutero. Iniciado seguramente, si no terminado del todo, cuando aún se encontraba en Allstedt, este feroz panfleto no hace ninguna alusión al nuevo programa de Müntzer en Mühlhausen. Sin embargo, abandonando por completo la esperanza que aún tenía en Allstedt de ganar para su causa al príncipe, Müntzer dedica su opúsculo a Cristo, verdadero Duque y Rey de Reyes, y a la Iglesia de los pobres, su Esposa. Es éste uno de sus escritos más importantes. Lo dice en el mani-fiesto de Praga era preocupación por los pobres de espíritu, es ahora preocupación por los pobres en sentido francamente económico: la transición es completa. Pero queda algo de ambigüedad, porque el sufri-miento (en el cual se incluye un estado transitorio de pobreza) es inter-pretado como una de las disciplinas de la redención.
De Nuremberg, donde se despidió de Pfeiffer, Müntzer se dirigió a Griessen, donde ya lo hemos entrevisto en las inmediaciones de Walds-hut. Durante estos meses de peregrinación, desde su salida de Mühlhausen, predicó la inminencia del Reino de Dios, buscó apoyo para la lucha escatológica, cenó con Ecolampadio en Basilea (octubre/diciembre de 1524) y recibió una carta (septiembre de 1524) de Conrado Grebel, patricio de Zurich (cap. v.2) que había asumido la dirección de los radica-les y pacifistas hermanos suizos y acababa de leer el Von dem gedicltteten Glautien de Müntzer.
Entre tanto, Enrique Pfeiffer había regresado a los alrededores de Mühlhausen, y hacia comienzos de 1525 también Müntzer se encontraba allí. Esta vez los dos revolucionarios tuvieron mejor fortuna en su ataque contra el ayuntamiento, y lograron sustituirlo con el llamado "concejo eterno", representativo de las clases revolucionarias. El Aufrufan die Allstedter, compuesto por Tomás Müntzer a fines de abril de 1525 y dirigido a sus antiguos feligreses, es uno de sus escritos más famosos, y refleja la exuberante violencia de este período. Reseña el glorioso comienzo de la victoria de los santos, con las sublevaciones que en todas partes se están llevando a cabo. "No dejar que se enfríe la espada de los santos": tal es su mensaje; y también: "Precipitar de la torre a las brujas sin Dios". Las insignias de los campesinos, ideadas por Müntzer, ftteron una bandera blanca con una espada y un gran estandarte blanco con un arco iris, símbolo del nuevo pacto de alianza, pues Müntzer había aca-bado por ver en la rebelión campesina el final de la quinta monarquía, profetizado en el libro de Daniel y reprofetizado en su propio y atrevido Sermón ante los príncipes, pronunciado en Allstedt. La sublevación milenarista de Turingia tuvo, bajo la influencia de Müntzer, una índole muy especial; hay entre ella y las demás sublevaciones diferencias muy importantes desde el punto de vista de la organiza-ción y de la justificación revolucionaria. Mientras que en su mayor parte los ejércitos campesinos se constituyeron a base de localidades particulares, como el Balthringer Hattfe (banda-contingente-campamento) en la alta Suabia y el Taitbertal Han/  en Franconia, los seguidores de Müntzer no provenían fundamentalmente de una sola ciudad o de una sola región, sino de la extensión toda de Turingia y de Sajonia. Las diferentes visiones de una congregación voluntaria de santos bajo la guía de Müntzer, congregación formada por individuos que se creían a sí mismos di-rectamente inspirados por el Espíritu Santo bajo su profético portavoz, y, respectivamente, de una congregación restituida, basada en la comuni-dad natural de una aldea o de una ciudad, reflejan la divergencia que hay entre el espiritualismo de la teología de Müntzer y la comunidad natural presupuesta y defendida en los Doce Artículos de los campesinos de Suabta. Estas comunidades naturales, ya sean rurales, ya artesanales, raras veces son claramente distinguibles en los Haufen. Así, pues, de to-dos los Haufen que intervinieron en la Guerra de los Campesinos, el tinico que encontraría su contraparte en la bibliocracia anabaptista de Münster (cap. xlil) sería la congregación (Haufe) espiritual que se formó en torno a Müntzer, de carácter individual, voluntario y suprarregional.
Cuando la situación estaba más tensa, el landgrave Felipe de Hesse, que entendió muy bien cuál era el problema estratégico, se movilizó rá-pidamente (14 de mayo) contra el grupo principal de campesinos, con-centrado en Frankenhausen. Tras una escaramuza inicial, en la que los campesinos mantuvieron la ventaja, el día siguiente Felipe les ofreció la paz a cambio de que le entregaran a Müntzer. A los campesinos se les fue de las manos su ventaja inicial mientras discutían tan deshonrosa pro-puesta, pues, mientras sopesaban sus pros y sus contras, llegó el grueso de las tropas de Felipe, y su artillería ocupó las mejores posiciones para disparar contra ellos. Demasiado tarde decidieron darse a la fuga, alen-tados por los discursos de Müntzer y por la aparición de un arco iris sobre las tropas del de Hesse. Sin embargo, en cuanto vieron que Dios no los estaba protegiendo, los campesinos rompieron filas y huyeron, y fueron pasados a cuchillo como en un matadero.
Müntzer mismo no fue apresado en la batalla, sino sorprendido en algún escondite. Encarcelado en el calabozo del castillo ducal de Ernesto de Mansfeid, archienemigo suyo, el profeta fue obligado, mediante tor-tura, a abjurar de su doctrina. Hacia fines de mayo, él y obligado., fueron decapitados en Mühlhausen. La ciudad misma fue obligada a entregar parte de su territorio a los príncipes circunvecinos y a pagar una in-demnización poi los destrozos que habían causado las bandas armadas, destrozos que el ayuntamiento había sido incapaz de evitar por no haber tenido ayuda del exterior.
d) Tres participantes menores durante las fases de Turingia y Franconia
Además de Hubmaier en Waldshut, de Carlstadt en Rothenburg, de Westerburg en Francfort y de Rfeiffer y Müntzer en Mühlhausen, que fueron los más destacados voceros de los derechos cívicos de los campesi-nos, cabe mencionar la carrera "militar" de apenas unos cuantos otros que, después de la derrota de los campesinos, habrían de quedar identifi-cados con e1 anabaptismo y, por consiguiente, tienen importancia para nuestra historia. Los datos biográficos que aquí daremos sobre tres de ellos Juan Httt, Jorge Haug y Melchor Rinck- nos ayudarán a ver la conexión entre el idealismo social evangélico de la agitación campesina y el anabaptismo.
Mientras se dedicaba a ganarse la vida con su oficio de encuaderna-dor y librero ambulante entre Wittenberg y Erfurt, Juan Hut vino a caer en la primavera de 1525 en Frankenhausen, donde acampaban las tropas de Müntzer, esperando ganar algún dinero con la venta de libros y libe-los. Hut, futuro apóstol del anabaptismo en el Austria superior, había trabado ya conocimiento con Müntzer, el cual, en su huida de MühIhau-sen, había pasado una noche y un día en su casa y le había dado a imprimir la ya mencionada Entblössung, o sea el comentario sobre el pri-mer capítulo de San Lucas. Esta vez oyó a Müntzer, en la culminación de su vida de profeta, predicar contra los grandes señores, y quedó profun-damente impresionado. Las palabras de Müntzer removían pensamientos profundos a los que había llegado bajo la influencia de Juan Denck (con quien nos encontraremos en el cap. vtt.l). Más aún: Hut había sido ex-pulsado de su ciudad natal por haberse negado, de acuerdo con la ense-ñanza de Denck, a bautizar a un hijo pequeño. Sin ser todavía un anabaptista, las proclamas proféticas de Müntzer lo convencieron de la inminencia de la segunda venida de Cristo. Cuando los campesinos mar-charon para presentar batalla al landgrave Felipe, él subió la colina acompañándolos, pero como "los disparos eran muy tupidos", regresó de prisa a la ciudad, donde fue aprehendido por la gente de Felipe. Afortunadamente, como en verdad no había tomado las armas, fue puesto en libertad. Se dirigió entonces a Bibra, donde en otros tiempos había ocupado un puesto de sacristán al servicio de dos caballeros locales.
Durante la guerra, los campesinos habían incendiado el castillo de los mencionados caballeros y habían convertido a cierto Jorge Haug, campe-sino de la cercana juchsen, en el predicador de la aldea de Bibra. Este Haug había publicado un librito ole devoción intitulado Anfang eimes christ-lichen Lebens en 1524. Su epígrafe era un versículo en la primera epístola de San Pedro, 3:15, texto que más tarde se convertiría en todo un pro-grama para los anabaptistas; pero el texto básico era Isaías, 11:2-3, con sus fuertes matices escatológicos y espiritualistas. Fundándose en el septi-forme don del Espíritu, como antes había hecho Müntzer en su manifiesto de Praga, Haug mostraba cómo una vida cristiana necesita recorrer diversas etapas de crecimiento antes de llegar finalmente al punto de perfección en que el alma queda conformada del todo a Cristo. La subida gradual a esa cima se describe por sus etapas, que son siete tipos de espí-ritu: espíritu de temor de Dios, de sabiduría, de entendimiento, de con-sejo, de fortaleza, de paciencia y de piedad. Después de citar el pasaje mesiánico del mismo Isaías, 11:1, "Y brotará una vara del tronco de jesé, y retoñará de sus raíces un vástago", continúa con una paráfrasis poética de los dos versículos siguientes, que vale como una especie de resumen de todo el librito:
Temer a Dios desde el corazón es sabiduría; Huir del mal es entendimiento;  el entendimiento del divino amor trae fidelidad (Glauben)  y es bueno para aquellos que lo tienen.  No dejarse confundir es consejo;  vencerse a sí mismo es fortaleza,  y juzgarlo todo y soportarlo todo es conocimiento (Kunst);  llegar a ser como Jesucristo y unánime con él, es  bienaventuranza. En él reposa todo y es el verdadero Sabbath,  que Dios pide de nosotros, y a lo cual [o: y a quien] se opone el  mundo.
Haug invitó a Hut a predicar el 31 de mayo de 1525. El ex-sacristán y librero ambulante predicó sobre el bautismo, la comunión, la idolatría y la misa. Aunque los campesinos habían sido aplastados un par de semanas antes en Frankenhausen, Hut todavía creía estar viviendo en vísperas del cumplimiento de las promesas, y condenó violentamente a los clérigos poseedores de rentas y prebendas y a quienes se beneficiaban de los diezmos forzados, hombres que servían a su vientre so capa de servir al evangelio: "Dios Todopoderoso los castigará, a ellos y a todos cuantos se oponen a la verdad; todos ellos perecerán, sumidos en la desgracia." Y proseguía: "Los súbditos deben pasar a cuchillo a todas las autoridades, pues el tiempo oportuno ha llegado: el poder está en sus manos." Estas expresiones, y otras parecidas, hicieron que las autoridades clasificaran a Hut como discípulo de Müntzer. En esta conexión entre Müntzer y Hut se fundó Enrique Bullinger (y, tras él, á muchos otros historiadores) para afirmar que Müntzer fue el padre del movimiento anabaptista.
Tras las derrota completa de los campesinos en junio, Hut, a causa de su postura müntzeriana, se vio forzado a huir a Augsburgo. Aquí volvió a encontrarse con Juan Denck, recién expulsado a su vez de Nuremberg. (Este encuentro con Denck suscitará en Hut un cambio trascendental, hasta el punto de que el 26 de mayo de 1526 aceptará ser rebautizado por la mano de Denck: cap. VII.4.)
Sólo falta mencionar a Melchor Rinck, que muy pronto será el capitán y el mártir del anabaptismo en Hesse. Educado en Leipzig y en Erfurt, y apodado "el Griego" a causa de su dominio de esa lengua, Rinck, después de fungir como pastor luterano en Oberhausen, cerca de Eisenach (y posteriormente en Eckhardtshausen), cayó bajo el hechizo de Müntzer. Tomó parte en la batalla de Frankenhausen. Después del aplastamiento de la sublevación campesina y de la ejecución de su profeta, Rinck trató de continuar la obra de Müntzer mediante una fuerte polémica contra la doctrina de la justificación de Lutero, cuyos frutos, según él, eran escasos, tanto más escasos cuanto más se acercaba uno a Wittenberg. Reanudaremos el hilo de su vida en la primavera de 1527, en el momento en que firma, con Juan Denck, Luis Haetzer y Jacobo Kautz, los siete artículos preparados para la importante disputa con los luteranos en Worms (cap. XVII.l).
e) El Tirol, 1525-1526: Miguel Gaismair
En mayo de 1525 los campesinos de la Selva Negra obligaron a capitular a la ciudad de Friburgo. Fue la última victoria que llegaron a tener en el' teatro principal de la guerra. En ese mismo mes se inició en el Tirol el intento de un pequeño burgués, en alianza con grupos campesinos, mineros y artesanos, de establecer una coalición de trabajadores alpinos,; comparable en cuanto a fuerza con la Confederación suiza o con la Liga Rética, pero más radicalmente igualitaria en cuanto a su constitución. E1 día 9 de ese mes, un tal Pedro Pässler, rebelde rural condenado tal vez injustamente a muerte en Brixen (Bressanone), fue rescatado por, una banda que acto seguido se constituyó en una nueva organización revolucionaria. Gracias a la ayuda de los artesanos de la población, los insurgentes se apoderaron de Brixen y después saquearon el convento de Neustift. En seguida nombraron a Miguel Gaismair (ca. 1490-1532) su comandante. Nacido en las cercanías de Sterzing (Vipiteno), Gaismair había estudiado probablemente en la escuela episcopal, y se había ganado la vida sucesivamente como amanuense del burgrave de Tirol (el castillo de donde el condado había recibido su nombre) y secretario, y a la vez recaudador de impuestos, del obispo de Brixen. Bajo el influjo de la genial visión de Gaismair, la insurgencia se extendió por el sur hasta Trento y por el norte hasta Innsbruck. Sus participantes elaboraron un documento de sesenta y dos artículos que se presentó a la dieta del condado en Meran (Merano) entre el 30 de mayo y el 8 de junio de 1525. El documento fue luego remitido, para su consideración, a la dieta de Imisbruck. Allí el conde de Tirol, Fernando, estuvo dando largas a la discusión, con el resultado de que el número de artículos aumentó a noventa y seis, y en seguida fomentó la división de los insurgentes: por un lado quedaron de ese modo los mineros organizados y los pequeños propietarios rurales, y por otro los peones del campo, los jornaleros urbanos y el resto de la gente sin medios de vida. Fernando no quiso admitir ni uno solo de los artículos relativos a la reforma religiosa. Miguel Gaismair fue encarcelado. Los insurgentes más acomodados, en particular los del Tirol septentrional, estuvieron de acuerdo con las concesiones, muy limitadas, que hizo el conde. Pero los más pobres, especialmente los del sur, y entre ellos los campesinos de habla italiana de las diócesis de Brixen y de Trento, se rebelaron de nuevo.
Gaismair huyó a Zurich y, a lo que parece, tuvo conversaciones secretas con Zwinglio, tan deseoso como él de reformar el Tirol y al mismo tiempo liberarlo del yugo de los Habsburgos. Se asentó después en Práttigáu para dedicarse a la reflexión, y allí elaboró entre febrero y marzo de 1526 su revolucionaria Landesordnung, cuyos trece artículos van mucho más allá de los artículos de Merano. El sexto de esos trece pide la abolición de cuadros y estatuas y la de capillas no parroquiales, lo cual sugiere influencia de Zwinglio.
Animado más que nunca por un espíritu zwingliano de caridad y de preocupación por la
justicia social en un estado unitario, Gaismair postulaba la igualdad entre los seres humanos, hasta el punto de exigir en su artículo quinto el arrasamiento de todas las murallas de ciudades, para igualar a los burgueses ricos con los campesinos. (Piénsese en los can-tones de la Selva suiza y en algunos otros, en contraste con los cantones centrados en ciudades, y cf. Proverbios, 18:11.) Gaismair soñaba con una coalición de campesinos y mineros y con la nacionalización de las mi-nas y del comercio. A pesar de todo su entusiasmo por la igualdad, dejaba todavía un lugar para el príncipe en cuanto jefe del estado (como había hecho también Müntzer), pero sostenía que había que eliminar a los miembros de la nobleza menor y a los príncipes eclesiásticos, con sus posesiones territoriales, para dejar el sitio a una república de trabajado-res en esa zona, encrucijada del comercio europeo. (Es interesante obser-var que el caballeresco médico Paracelso, a quien veremos en el cap. vII1.4.b, se puso en Innsbruck al lado de los campesinos tiroleses.)
Después de un infructuoso intento de atraer para su grandioso plan a los campesinos del Tirol así como a los de la región de Salzburgo, especialmente en el Pinzgau y en el valle del Puster, Gaismair se retiró a territorio veneciano en busca de ayuda. Fue admitido como pensionario de la República, y se domicilió en Padua. Hasta su muerte, a manos de dos españoles, un año después de la muerte de Zwinglio, Gaismair estuvo luchando incansablemente por una liga entre Venecia, Retia, Suiza y Francia, para atacar a los Habsburgos y realizar su utopía tirolesa. Muy lejos del Tirol, en la Prusia ducal (luteranizada y convertida en feudo de la corona polaca en abril de 1525), los campesinos más ricos de los alrededores de Kónigsberg se sublevaron en noviembre. La meta que este movimiento perseguía era una cristocracia igualitaria, no muy di-versa del proyecto tirolés acariciado por Gaismair. Pero en la región de Königsberg no tuvieron ningún papel los campesinos polacos pobres.
Cabe observar, por último, que en Hungría ya en 1518 el szekler Jorge Dósza de Transilvania, caudillo de millares de campesinos, se dirigió a los  grandes señores en un sermón de inspiración evangélica (pronunciado; en la localidad de Cegléd), con objeto de arrancarles la promesa de que liberarían a los campesinos de nuevas medidas opresoras, como condición para que éstos se unieran a la guerra contra el turco. Los señores quedaron tan alarmados, que resolvieron ahogar en sangre ese movimiento. En una batalla en que intervinieron 80 000 hombres aplastaron a los seguidores de Dósza, obligaron a los campesinos "evangélicos" sobrevivientes a contemplar a su caudillo burlescamente coronado en un tronos de hierro calentado al rojo vivo, y luego, en presencia de los más altos dignatarios eclesiásticos y seglares, a comer porciones de esa carne humana quemada; siniestro prólogo a la batalla de Mohács de 1526, y ciertamente uno de los factores que prepararon al multilingüe Reino Apostólico para los muchos movimientos sectarios de origen campesino que hubo en los años siguientes.

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