sábado, 26 de marzo de 2011

1163-69 LUCHA POR EGIPTO.


Shirkut de Siria vs Amalarico rey de Jerusalén vs Shawar sultan de Egipto.
Los intentos de Balduino III y Amalarico I, reyes sucesivamente de Jerusalén, se encaminaron a reforzar la alianza con Manuel I de Bizancio y a impedir que Nur al. Din invadiera e incorporara Egipto, pero ambos intentos resultaron fallidos. El emperador acabaría derrotado en Myliokephalon, y Salah al. 1186) no consiguió ayudas exteriores de importancia, ni tampoco coordinar suficientemente las prestaciones militares que le debían sus propios vasallos y las Ordenes Militares. Así las cosas, no fue de extrañar la decisiva derrota de su sucesor Guido de Lusignan frente a Salah al. Din en Hattin (julio de 1187), tras la cual cayeron Jerusalén, Acre, Beirut y el resto del territorio salvo algunos puertos. Las pérdidas fueron en gran parte irrecuperables, a pesar de las sucesivas expediciones enviadas desde Europa.

1144-1148 SEGUNDA CRUZADA


San Bernardo de Claraval,  predicador de la 2ª cruzaada



Al mando de Luis VII, rey de Francia y de Conrado III emperador de Alemania.

La segunda cruzada se origina a causa de la consternación que sintió la cristiandad en occidente cuando cayó Edesa en manos de Zengui, el primer gran caudillo musulmán en conseguir una significativa victoria ante los francos.
Edesa era una importante ciudad cristiana, había sido el lugar donde los bizantinos habían encontrado la sábana santa, y tenía un valor muy apreciado tanto para oriente como para occidente.
La reina de Jerusalén, Melisenda, en un acto desesperado sabiendo que con las fuerzas de oriente no podrían recuperar la ciudad arrebatada a Joscelino, envía a Hugo, obispo de Jabala a entrevistarse con el Papa Eugenio III para pedirle ayuda occidental ante tan graves acontecimientos.
Eugenio III no tenía todo el poder consigo, ya que se encontraba en Viterbo en una situación algo incómoda, por no poder siquiera acercarse a Roma, donde los rebeldes a su política dominaban la ciudad.
Sin embargo, decidió que había que predicar una cruzada para fortalecer a la cristiandad en Ultramar, así que se puso en acción escribiendo una Bula especial al rey Luis de Francia y a todos sus nobles, con el objetivo de convencerlos de abrazar la cruz y marchar a oriente a recuperar el lugar santo de Edesa..
El rey hizo un llamamiento a todos sus vasallos y se encontró un tiempo después con ellos en Bourgues, aunque luego de una fría reunión salió sumamente desilusionado porque no halló entusiasmo cuando dijo que iba a abrazar la cruz; prácticamente nadie se adhirió a sus palabras, apegados como estaban a sus ricos feudos y a sus productivos campos.
Luis VII de Francia

Convocó entonces una nueva asamblea tiempo después en Vézeláy donde predicó Bernardo de Claraval en 1146, y donde quedó demostrada la elocuencia de San Bernardo, acostumbrado a fulminar con su palabra hablando como si fuera el mismísimo Jesucristo y probablemente con gestos y aparatosidades que impresionarían en gran forma a los toscos caballeros francos, y como resultado de ello convenció al auditorio de tal manera que salieron todos enloquecidos pidiendo cruces y entusiasmados con la idea de viajar a los Santos Lugares.
Bernardo no se detuvo allí, sino que animado por el fervor recogido de sus palabras recorrió todos los territorios de los francos obteniendo un éxito similar pueblo por pueblo en territorio franco, hasta que un obispo lo invitó a Renania, ya en territorio germano, y luego del comienzo de su prédica, que mucho tendría que ver con la exaltación del cristianismo pero también con el miedo, el odio y la destrucción de todas las demás religiones, tuvieron lugar enormes matanzas de judíos en Alemania, por parte de la gente que tomaba demasiado al pie de la letra la predicación del Santo.
Una vez aplacadas las revueltas contra los judíos con mucho esfuerzo por parte de las tropas locales, el santo comenzó a predicar con más intensidad en todos los territorios germanos e incluso hubo un encuentro con el rey Conrado, que resultó algo frío y distante.
Pensó en volverse a los territorios francos, pero no volvió a porque insistieron los obispos alemanes en que se quedase predicando.
Un segundo encuentro con Conrado en Navidad volvió a desilusionar a Bernardo, pero el pueblo alemán ahora desesperaba por ir a la cruzada.
Finalmente en un último encuentro Bernardo se esforzó y logró conmover de alguna manera al rey alemán, o al menos pudo convencerlo de partir, ya que este accedió a dar su palabra de emprender junto al rey Luis de Francia la cruzada.
Esta noticia preocupó al Papa porque no quería involucrar a Conrado en las cruzadas ya que confiaba en el equilibrio que el rey alemán produciría ante cualquier bravuconada del rey Roger de Sicilia, peligroso adversario de la Santa Sede, y que ahora quedaría con cierta ventaja si aprovechaba la salida de los reyes hacia oriente, como para intentar asaltar las propiedades papales.
El viaje de Conrado.
El año 1147 transcurrió entre los preparativos de los reyes de Francia y Alemania y la preocupación genuina de Eugenio III, que por un lado veía con malos ojos a Roger de Sicilia y que por otro tenía un mal presentimiento por la relación que preveía difícil entre los reyes cristianos.
El ejército de Conrado era impresionante, pero estaba dividido entre los alemanes puros, los lorenenses de habla francesa y los que provenían de familia eslava, que no eran pocos, con lo cual se producían riñas todos los días y Conrado fue delegando, a falta de carácter, el mando a su sobrino Federico, duque de Suabia y heredero del trono.
Imad ad-Din Atabeg Zengi
El rey Geza de Hungría facilitó todo tipo de cosas para hacer que el ejército alemán se fuera lo antes posible de su territorio, siempre en un clima amistoso y cordial pero levemente apurado, pensando en los posibles conflictos que se podrían producir en su territorio.
Estando en Hungría Conrado recibió una embajada del emperador Manuel Comneno, que envió a Demetrio Macrembolites y a Alejandro de Gravina con instrucciones de tomarle un juramento de vasallaje que puso en aprietos al rey alemán.
Las embajadas eran un medio muy importante utilizado hace siglos por el imperio para lograr que un posible adversario se transformara en aliado o incluso en vasallo, y con ello conseguían establecer condiciones que favorecían a los intereses de Bizancio.
Entre indisponerse con Manuel o prestarle vasallaje, de manera muy diplomática Conrado eligió lo segundo, porque en realidad dependía de la buena voluntad del emperador y de su ayuda para llegar en buen estado y rápidamente a los estados de Ultramar que era el objetivo que se había fijado como prioridad absoluta.
Luego del juramento los embajadores prometieron toda la ayuda posible a Conrado, obviamente mientras se encontrara en territorio bizantino, y como era costumbre en las embajadas de Manuel (y en general en las de todos los emperadores bizantinos), una vez obtenido el resultado deseado lo colmaron de regalos.
En Julio de 1147 Conrado entra en territorio bizantino cruzando el Danubio ayudado por barcos bizantinos y siendo recibido por Miguel Branas, gobernador de Bulgaria, que le dio víveres para todo el ejército.
En Sofía unos días después, Miguel Paleólogo, en su carácter de primo del emperador y gobernador de Tesalónica le da la bienvenida oficial a Conrado.
Hasta ahí el idilio, todo marchaba a las mil maravillas y alemanes y bizantinos se unían en respeto mutuo.
En camino a Filipópolis, de manera repentina, como si hubieran estado mucho tiempo a punto de explotar y el momento hubiera llegado, los soldados de Conrado comenzaron a hacer correrías y a robar las quintas y las casas de los bizantinos, llegando a quemar campos enteros, y se encontraban grupos de germanos borrachos a toda hora cometiendo saqueos.
Una vez en Filipópolis hasta llegaron a intentar tomar la ciudad por asalto, pero la salvaron las murallas, demasiado fuertes y bien defendidas para que la turba desordenada pudiera penetrar en la ciudad.
Conrado respondía a las quejas de los funcionarios bizantinos con una ambigua disculpa, diciendo que no podía contener a los bandidos que había en sus tropas todo el tiempo (algo parecido diría Roger de Flor de sus inadaptados almogávares un siglo y medio después.)
Manuel estaba consternado, pues vivía la misma desgracia de su abuelo Alejo Comneno, cuando no había contado con ello hasta la fecha, y la historia recién comenzaba...
El emperador envió a un hombre de su confianza, Prosuch, con un ejército a contener a los alemanes, pero las cosas fueron empeorando, pues se originaron verdaderas batallas campales, los germanos se exaltaron más y rapiñaban constantemente a los pueblos locales y los bizantinos reprimían con fuerza eliminando a todos los alemanes que encontraban en pequeños grupos alejados del núcleo principal.
Por su violencia desmesurada y su odio a los bizantinos sobresalía el duque Federico de Suabia, que llegó al extremo de incendiar monasterios y asesinar a mansalva a la gente local, impulsado por quien sabe que premonición divina, olvidando que su enemigo real eran los musulmanes, demostrando su mal carácter, su poca tolerancia, su impertinencia en tierras cristianas que no eran suyas y su insensatez al perder de esa manera soldados que ya no podrían pelear en Oriente.
Manuel, ya en estado de alerta y demasiado enfurecido para pensar con claridad, decidió negarle a Conrado el camino a Constantinopla, pues no quería que semejantes bárbaros se acercaran a su capital, pero Conrado se negó y siguió adelante.
Cuando parecía que la batalla era inminente con Prosuch siguiendo la orden del emperador de detener a los germanos, Manuel, que debió contar con un buen asesoramiento de parte de alguien más frío, decidió que no intervenga y que quedara a la expectativa.
Acto seguido, cuando estaban acampados en Tracia los alemanes tuvieron su momento de amargura cuando una tormenta impresionante inundó su campamento, desarmó sus tiendas y muchos hombres murieron ahogados en medio de la tempestad y la inundación.
Finalmente llegan a Constantinopla pero en los primeros días cerca de la capital no hay más incidentes de importancia, los germanos se hallaban bastante reducidos por los muertos en las refriegas con los bizantinos y por los ahogados de la tormenta pasada, pero en general habían conseguido víveres y estaban en buenas condiciones.
El viaje de Luis.
El paso de los francos por Bizancio fue mucho más tranquilo que el de los germanos; Luis, el rey de veintisiete años, era de débil carácter, se dejaba influir por sus más allegados de la familia y la nobleza; viajaba con su mujer, Leonor de Aquitania, y con todos los nobles de aquel día memorable de Vézélay, y su ejército era menor que el alemán pero más disciplinado.
Sin embargo, los problemas comenzaron a surgir apenas entraron en el imperio, porque se encontraron con que los alemanes habían consumido todos los víveres en su paso un mes antes que ellos, o bien pasaban por las zonas saqueadas donde todo estaba destruido y no había más comida.
Además los habitantes de los pueblos por donde pasaban ya desconfiaban tanto de los soldados extranjeros que estaban intratables y resentidos; increíble pero real: la pesadilla de Alejo Comneno se repetía.
En Ratisbona salió al paso del rey el embajador bizantino Demetrio Macrembolites, que ya había tomado juramento de vasallaje a Conrado, pero al rey Luis aparentemente no se lo habría exigido, tal vez porque el emperador sabía que Luis no lo juraría; sin embargo exigió del rey que fuera como amigo y que devolviera todos los territorios que conquistara y que pertenecieran a Bizancio anteriormente: lo primero Luis lo prometió pero sobre los territorios no hizo ninguna promesa, tal vez no querría que sobrevinieran problemas como los de Antioquía en la primera cruzada.
No hubo casi ningún problema hasta llegar a Andrinópolis, solo que la falta de víveres, los precios puestos por los comerciantes locales y los pedidos de pagos adelantados provocaron resentimiento en los francos hacia los habitantes hostiles de Bizancio.
En Andrinópolis, nuevos embajadores bizantinos trataron que los francos no se acercaran a Constantinopla, pero fracasaron como con Conrado, aunque no es posible que Luis pensase como este en atacar la capital bizantina.
En fin, los francos sintieron el mismo poco afecto de los alemanes hacia los bizantinos, pero con la violencia contenida, y también estaban resentidos con los alemanes porque vaciaron los almacenes de todo el imperio y provocaron un alza grande en los precios, además de agriar el sentimiento de la población local contra los latinos.
Cuando los francos adelantados se encontraron con los alemanes en las afueras de Constantinopla la mala relación entre ellos se hizo evidente.
Como muchos lorenenses de habla franca se pasaron al bando de Luis hubo escaramuzas y se molestaron mutuamente, aunque sin llegar a mayores consecuencias que no sean meras refriegas.
Manuel había discutido con Conrado, pues el emperador se molestó con los soldados alemanes que destruyeron el castillo que Manuel le había asignado a Conrado, y tuvo que darle otro al norte de las murallas.
Los alemanes siguieron provocando destrozos y Manuel, irritado, exigió a Conrado una disculpa, a lo que este contestó que los destrozos eran insignificantes.
Manuel estaba casado con la cuñada de Conrado, con lo que la discusión se pareció mucho a una riña familiar, y fue la mujer de Manuel justamente quien logró apaciguarlos a tiempo.
Ciertamente la posición de Manuel no era muy cómoda: con dos reyes y sus ejércitos rodeando su capital ningún emperador podría dormir tranquilo, así que su histeria estaba llegando al límite, y solo se calmó un poco cuando los francos llegaron y comenzaron a discutir y reñir con los alemanes, lo que dio un respiro a los bizantinos, que en eso los dejaron libres de pelearse cuando lo quisieren.
Si pensamos que Manuel estaba a punto de entrar en guerra con Roger de Sicilia podemos imaginar su estado en esos días.
La desgracia de los alemanes.
Los alemanes fueron los primeros en llegar a Calcedonia en Asia Menor, y allí Conrado debió elegir entre dos caminos: el que pasa por el interior desde Nicea hacia el sur, o el camino de la costa que Manuel, con sincera preocupación, le había recomendado porque estaría más protegido al estar mucho más lejos de la frontera con los selyúcidas, pero el rey germano eligió el camino de Nicea, tal vez por ser mas corto, aunque a nadie escapaba que el consejo de Manuel era mas sensato, ya que el camino que elegía el rey alemán era a a todas luces peligrosísimo al estar tan cerca de los merodeadores turcos.
También Conrado prefirió llevar a los peregrinos con su ejército, algo sobre lo que Manuel le había advertido que no hiciera, diciéndole que se separara de ellos porque le quitarían movilidad, agilidad y rapidez de desplazamientos, y lo recargarían con la innecesaria necesidad de contar comida para mucha mas gente, con más problemas de disciplina, con mayor lentitud de movimientos y menor seguridad.
El rey alemán demostró ser un necio y un mal guía de su pueblo al no reconocer la sinceridad de las recomendaciones de Manuel, hecho que fue fatal para su enorme ejército: una vez llegados a territorio turco no tuvieron más víveres, y luego de mucho andar entre la hostilidad de los jinetes turcos, medio muertos de hambre y sobre todo sedientos fueron emboscados por la caballería ligera turca cerca de Dorilea, los turcos los sorprendieron en un momento de descanso y absolutamente desguarnecidos e indefensos, casi como si no hubiera entre los alemanes quien organizara la mas mínima defensa.
Todo terminó en una verdadera masacre, en tan mal estado estaban los germanos, absolutamente estupefactos ante el increíble espectáculo de un ataque sorpresivo, los soldados turcos arremetieron contra ellos una y otra vez sin dejar que los cristianos pudieran siquiera tomar las armas, ya que los alemanes jamás tuvieron tiempo para reaccionar, y los selyúcidas se dieron a la tarea de eliminar uno a uno a todos los combatientes, hasta que no quedara nadie con vida, salvo un pequeño grupo que pudo pasar la barrera del enemigo.
Solo se salvó Conrado y un pequeño montón de oficiales y soldados que huyeron hacia Nicea desesperadamente, con lo cual lograron salvar sus vidas, pero no su honor ni su prestigio.
La altanería del rey alemán que no quiso reconocer la mejor estrategia a seguir le hizo ser el máximo responsable de la derrota, no el único, porque los germanos no tuvieron en cuenta que en esas regiones tan peligrosas deben estar atentos a todo peligro, pero se dejaron sorprender de la manera mas infantil, cuando era absolutamente lógico que los turcos iban a tratar de tomarlos por sorpresa; seguramente el hambre y las privaciones que pasaban les jugaron una mala pasada y no los dejaron tomar las mejores decisiones; de todas maneras, como se utilizó un guía bizantino proporcionado por Manuel, se podrá adivinar a quién le echaron la culpa...
 Volviendo a los francos, el rey Luis llega a Constantinopla en Octubre y ya apenas desensilla se encuentra con los primeros problemas, dado que los alemanes de Lorena que hablaban lengua franca se les querían unir, ya que se sentían más identificados con Luis que con Conrado y reñían constantemente con sus compañeros alemanes, pero las autoridades bizantinas, tal vez temerosas de esta unión, o simplemente no queriendo que se provoquen fricciones entre francos y germanos, no querían que se les unan y hacían lo posible para evitar tal encuentro.
Además los latinos estaban enfurecidos por los tratados de Manuel con los turcos, algo que para los bizantinos era algo así como su medio de sobrevivir y hacerse fuertes, mientras que los francos jamás llegarán a entender, y los soldados ya consideraban al emperador como un traidor a la cristiandad, de manera inmerecida, por supuesto.
El gran Maestre del Temple, Everardo de Barre, ofició de mediador con los funcionarios bizantinos para oficializar la unión de los lorenenses con los francos, obteniendo éxito en su gestión, aunque seguían desconfiando de los bizantinos.
Sin embargo, el excelente recibimiento que Manuel le hizo a Luis y a su corte encandiló al rey, que, encantado, no hizo caso de las quejas de los soldados ni de los problemas de los funcionarios, y parecía estar pasándola muy bien, en medio del lujo de una Constantinopla aún maravillosa y superior a cualquier urbe occidental.
En esos días Luis se dedicó a recorrer con Manuel y sus cortesanos las mejores atracciones de Constantinopla, y toda su corte parecía vivir un idilio con los bizantinos, el trato mutuo era cordial y constantemente se entrevistaban el rey y el emperador para distraerse y pasar un agradable tiempo juntos.
Estaban alojados en el mismo castillo que los alemanes dejaron en muy malas condiciones durante su violenta estadía, pero que había sido reformado apresuradamente por trabajadores locales para los francos.
Sin embargo, sin que lo supiera Luis ni los miembros de su corte, Manuel apresuró los preparativos para que los francos pudieran pasar a la costa asiática, y en cuanto cruzaron el estrecho, con la primer excusa que encontró les cortó los víveres (esta expedición ya le estaba saliendo una fortuna y sus propios ciudadanos difícilmente encontraban qué comer) y los abandonó a su suerte.
Es difícil de entender esta decisión, siendo Manuel tan dado a las alianzas y teniendo encandilado al propio rey franco, pero es probable que ya tuviera en su mente la futura alianza con Conrado y que considerara perdida toda oportunidad futura de aliarse con los francos, quienes además eran aliados naturales de los más acérrimos enemigos de Bizancio: los normandos del rey Roger de Sicilia.
Fuera cual fuera el motivo, el rey Luis no pudo hacer nada más que resignarse a su suerte y tratar de obtener víveres en las zonas por donde pasara en su camino a Nicea.
A pesar de ello, Luis trató de complacer a Manuel ejecutando al autor del disturbio que dio la excusa al emperador para cortarle los víveres, y con ello en principio no consiguió nada, pero luego Manuel pareció ablandarse, diciendo que daría víveres siempre y cuando el rey franco prometiera devolver a Bizancio los territorios que pudiera conquistar y que sus nobles le rindieran homenaje por dichas zonas ocupadas.
El rey Luis aceptó a pesar de las protestas de la nobleza franca, y entonces allí podemos apreciar el alcance de la política del emperador bizantino: nunca su primer deseo es el real, nunca su primer orden es porque sí, siempre detrás de una indulgencia hay una exigencia, siempre tras el desprecio puede venir el arrepentimiento cargado de reclamaciones.
Sin duda alguna Luis y Conrado fueron fácil presa de un verdadero político bizantino de raza, quien, a pesar de tener los dos ejércitos mayores de la cristiandad a un paso de su amada capital, y en opinión de muchos historiadores con intenciones de capturarla, pudo manejar hábilmente a los dos reyes y a toda la nobleza, transformándolos ahora en sirvientes del imperio, uno, Conrado, por el juramento de vasallaje que efectuó en Hungría, el otro, Luis, a cambio de los víveres necesarios que les había negado en el momento justo.
No es justa la historia con el emperador Manuel, solamente él pudo hacer frente a semejante situación y salir tan bien de ella, es justo decir que el emperador debía ocuparse primariamente de su imperio y de sus súbditos, y en nombre de ese interés hizo sus tratados con los turcos y demolió golpe a golpe a los cruzados que eran tan peligrosos para la seguridad del imperio y que de no haber obrado así bien podían haber tomado la capital, idea que sabemos que no les era extraña, y que recién en 1204 podrán hacer realidad los latinos.
En Nicea tiene lugar el encuentro entre los dos reyes, y allí Luis se entera del desastre alemán, quedando vivamente impresionado de sus consecuencias, pero ahora con la seguridad de tener la mayor fuerza y de ser el jefe máximo de la cruzada, lo cual no deja de ser un hecho muy importante para los hechos futuros de la misma.
En esa reunión deciden juntar sus fuerzas (las de Conrado ya muy reducidas) y avanzar por el camino costero que Manuel le había recomendado al rey alemán en ocasión de su primer avance, demostrando Luis tener un mejor sentido común que Conrado, además de saber aprovechar la experiencia de los demás.
Aunque al principio los dos ejércitos viajaron en paz, los germanos pronto recelaron de los francos que tenían mas víveres que ellos, y comenzaron a pelear con ellos y a saquear las aldeas y poblados bizantinos en busca de comida, entrando inmediatamente en acción los destacamentos bizantinos que vigilaban a los ejércitos permanentemente, reprimiendo a los germanos.
Hubo una verdadera batalla campal entre los griegos y los alemanes, que si no hubieran sido ayudados por un destacamento franco hubieran sido exterminados, demostrando que el ejército bizantino todavía estaba en muy buen estado.
Conrado restableció el orden en su cada vez más diezmado ejército, y siguieron adelante con los franceses, pero siempre en su retaguardia, lo cual no dejaba de ser potencialmente peligroso por la costumbre turca de atacar a los rezagados.
A través de la costa atravesaron Pérgamo, Esmirna y llegaron a Efeso, aparentemente en muy desigual estado, porque los germanos estaban completamente arruinados, enfermos, cansados y con su rey aquejado por una rara enfermedad, mientras que los francos aunque a duras penas mantenían el orden, la disciplina y la salud, y contaban con un número de efectivos mucho mayor, bastante similar al que salió de su patria.
Cuando Conrado se quedó en Efeso por causa de su enfermedad, pensó que de esa no salía, por eso decidió abandonar a su suerte a sus súbditos, dejando que siguieran sin él.
Enterado Manuel de este hecho, le envió una afectuosa carta diciéndole que lo recibiría con agrado en Constantinopla y además agregó unos cuantos obsequios, costumbre que lo hacía sentir pródigo y generoso y que a ojos de los otros gobernantes lo llenaba de reputación y prestigio; en realidad era una característica muy loable del emperador, pero que de paso le servía para encandilar a los demás soberanos y demostrarle que estaba por encima de ellos.
Conrado accedió con un poco de recelo al principio, pero fue tan bien recibido, tan agasajado en la corte de Constantinopla, que pronto recuperó el ánimo y se sintió mejor, olvidando parte de las desgracias que había sufrido el ejército alemán; en realidad debía estar agradecido porque su prestigio era nulo en esos momentos y solamente Manuel pudo restablecer una parte del mismo con sus atenciones, que, todo hay que decirlo, bien podían estar interesadas.
Fue asistido personalmente por Manuel, que era un apasionado por todo el conocimiento, dentro del cual estaba la medicina, y que actuó como su médico personal, obteniendo desde el principio un éxito total sobre el desdichado cuerpo del rey alemán.
Conrado nunca olvidará la atención del emperador, siempre quedará agradecido por eso, no solamente porque lo haya curado, sino por el hecho de hacerle recuperar la estima perdida y darle esperanzas de constituir un nuevo orden europeo.
Luego de concertar los consabidos matrimonios de conveniencia, jurarse amistad, y probablemente comenzar las conversaciones sobre el reparto del sur de Italia, y ya pasados más de tres meses de la estancia de Conrado en Constantinopla, se despidieron a comienzos de marzo de 1148, cuando una flota bizantina traslada al rey alemán y su corte a Tierra Santa.
Mientras tanto el rey Luis recibió en Efeso dos cartas del emperador Manuel: en la primera le advertía sobre la posibilidad de un inminente ataque turco, mientras que en la segunda le decía, al mejor estilo occidental, que no podría evitar que los bizantinos tomaran represalias por los saqueos del ejército franco.
Esta advertencia estaba originada las noticias que había recibido el emperador en Constantinopla según las cuales había una creciente disminución de la disciplina y el orden en el otrora obediente ejército franco, el cual solía ahora saquear los campos de las aldeas bizantinas en busca de víveres y cuyas acciones eran cada vez más violentas.
El rey franco no se dignó contestar ninguna de las dos cartas, quizás por su progresiva desconfianza a la política envolvente y desconcertante de Manuel, de la cual, como ya dijimos, había sido víctima recientemente, y eso demuestra que ya en ese momento se estaba gestando en el pensamiento del rey franco un odio creciente contra Manuel, quizás por sentirse disminuido ante la fuerte personalidad del emperador, que hizo lo que quiso con él, humillándolo en el plano político y estratégico, y que lo dominó todo el tiempo.
Los francos estaban cada vez en estado más lamentable, con la moral muy baja, y para colmo cuando pasaron Decervio los turcos comenzaron a hostigarlos de manera metódica, como era su costumbre, con jinetes - arqueros veloces y muy eficaces, y sobre todo con embestidas sobre los rezagados o sobre cualquier grupo que se separara del principal, a los cuales capturaban con facilidad, o según su estado de ánimo, masacraban sin piedad.
Una vez llegados ante un puente que cruza un río y que al atravesarlo permitía llegar a la ciudad de Antioquia de Pisidia (región que se encuentra yendo hacia el sur antes de Isauria y Cilicia en Asia Menor, no confundir con la famosa Antioquia del norte de Siria) se encontraron con un fuerte ejército turco que les hizo frente justo en el momento en que los francos se disponían a cruzarlo.
La batalla fue abierta y dura, hubo grandes pérdidas por ambos bandos y cuando parecía que los turcos iban a ser derrotados, en su retirada recibieron refugio en la propia ciudad de Antioquia, y se salvaron detrás de sus murallas, algo que indignó en gran forma a los latinos, que consideraban con toda razón este hecho como una traición por parte de los bizantinos.
Sea cual fuere el motivo de la protección a los turcos, ya sea por trato entre las partes, por cambio de favores, por dinero, por venganza o lo que sea, fue una acción condenable, porque dio más motivos a los francos para alejarse de los bizantinos, porque exacerbó todavía más los ánimos de los latinos contra estos, y porque desacreditó mucho más todavía al emperador ante Luis, que ya desconfiaba de él.
Sobre la participación de la política imperial en este lamentable hecho siempre dudan los historiadores, pero lo cierto es que ninguna prueba ha quedado sobre una supuesta orden de Manuel para proteger a los turcos contra los francos, cuando su deber como cristiano era justamente lo contrario.
Cierto es que Manuel concertó recientemente pactos o tratados con los selyúcidas, pero de eso a defenderlos tan abiertamente hay mucha diferencia.
El ejército de Luis se iba desmoralizando más y más, cuando en su camino hacia el sur los turcos seguían hostigando incansablemente su retaguardia y sus flancos, especialmente por el camino escarpado que conducía a Attalia, además de soportar las tormentas espantosas habituales los comienzos de año por esas zonas.
Su estado al llegar a esa ciudad bizantina era lamentable, eran muchos menos soldados que los que habían salido de Constantinopla, estaban cansados, hambrientos, se violentaban por nada, y solo unos pocos nobles con sus séquitos y muy cercanos al rey Luis se mantenían con la moral intacta.
El emperador había dado a Landolfo, gobernador de Attalia, la orden de avituallar al ejército franco y facilitar todo lo que le pidieran, pero la ciudad no era de grandes proporciones y comenzaron los problemas con el abastecimiento no solo de los francos sino también de la población local, que se quejaba de sus visitantes y de que estos atrajeran a los turcos por donde pasaran.
Precisamente una noche los turcos atacaron a los francos en su propio campamento en las afueras de la ciudad, (aparentemente con la venia de los bizantinos por la facilidad de su llegada sorpresiva, un motivo más para seguir recelando mutuamente) y causaron muchas bajas, causando estupor y bajando aún más la resentida moral de los cruzados.
Sin embargo el gobernador, en un acto bondadoso, permitió al ejército franco entrar en la ciudad y los hizo atender, especialmente a los heridos, quedando un poco mejor la situación para los latinos.
El rey Luis pidió a Landolfo que le consiguiera una flota para realizar el resto del camino por mar, debido a que si lo hacía por tierra, según sus cálculos, probablemente llegarían muy pocos o casi nadie a Antioquia, su primer destino importante en Ultramar, en el norte de Siria.
Pero el gobernador bizantino, que parecía entenderse bien con el rey franco, solo pudo conseguir una pequeña flota que alcanzaba para el rey, algunos miembros de su séquito, y todos los jinetes con sus respectivos caballos que pudo hacer entrar en los barcos, los cuales partieron inmediatamente.
El rey llegó así al puerto antioqueno de San Simeón en Marzo de 1148, terminando su viaje poco elegantemente, puesto que había abandonado miserablemente a sus soldados en Attalia, donde se encontraron de repente sin su rey y señor.
Una segunda flota fue conseguida por Landolfo poco después, en la cual zarparon hacia San Simeón (que era el puerto utilizado por Antioquia) algunos nobles entre los cuales se encontraba el conde Thierry de Flandes y el resto de los caballeros, completando el abandono de los infelices soldados.
Landolfo, en cuanto la nobleza franca hubo partido, desalojó a los pobres soldados sin jefes a un campamento en las afueras de la ciudad, donde los francos no quisieron quedarse, porque se sentían desprotegidos fuera de las murallas, porque sospechaban de los bizantinos como agentes de los turcos, y porque ya no tenían a su famosa caballería sin la cual se sentían totalmente inofensivos.
Para estos pobres soldados, absolutamente abandonados por todos sus jefes, el enemigo seguía siendo la supuesta alianza entre turcos y bizantinos, cuando en realidad fueron víctimas de los planes de su propio rey.
Su penosa travesía por tierra dio por resultado que menos de la mitad de ellos pudieran llegar a Antioquia recién en Junio, pereciendo el resto en manos de los turcos, y los que llegaron lo hicieron medio muertos de hambre, o heridos, o en muy malas condiciones físicas.
Tras los francos llegaban también los pocos alemanes que pudieron resistir un segundo viaje después de su desastroso primer intento, dando una imagen realmente patética al llegar a la gran ciudad de Siria.
Fiesta y problemas en Antioquía.
La ciudad de Antioquia se vistió de fiesta para recibir al rey Luis y a la reina Leonor, que se había visto horrorizada por semejante viaje junto con las demás damas de la corte y que respiró aliviada al llegar al puerto de San Simeón.
El príncipe Raimundo ni siquiera esperó a que Luis llegara a su ciudad, sino que junto a todos sus barones tomaron sus caballos y salieron al galope hacia San Simeón a recibir con toda la pompa al rey franco, queriendo además adelantarse para obtener su buena voluntad.
La entrada a la ciudad fue apoteótica, el recibimiento brindado por los caballeros franco orientales fue espléndido, y en seguida se organizaron fiestas acordes con el acontecimiento, del cual se esperaban verdaderos milagros.
Como se hicieron gala de todo tipo de lujos en salones adornados con alfombras, cortinados, cubiertos de plata y con todo tipo de entretenimientos, juegos y demás, los caballeros llegados de occidente estaban tan encantados que olvidaron por completo a la infantería que penosamente estaba tratando de unirse a ellos, y se dedicaron a beber y a bailar y el que pudo trató de obtener los beneficios de las damas de la sociedad antioquena franca.
En medio de este ambiente festivo, típico de las alegres cortes medievales occidentales mezclado con elementos lujosos orientales, que Manuel Comneno admiraba y trataba de imitar en Constantinopla, la sombra de un engaño atravesó la mente del rey franco.
Esa sombra era su propio anfitrión, Raimundo de Antioquia, que desde que llegó la pareja real se acercaba cada vez más a la reina Leonor, provocando en Luis una incipiente desconfianza, pero por sobre todas las cosas el temor de quedar en ridículo frente a sus súbditos, algo que no hubiera sido digno de un rey.
Raimundo tenía un excelente plan para desarrollar ahora que tenía un ejército a mano, que comenzaba por sitiar y tomar la ciudad de Alepo, pero lamentablemente Leonor lo apoyó tan abiertamente que provocó la ira de Luis, que, carcomido por los celos, decidió marchar a Jerusalén de inmediato para alejarla de Raimundo y terminar de raíz con este tema tan delicado.
Leonor no era una mujer que se dejara intimidar y además valía mucho más que su mezquino esposo, entonces decidió no solamente no acompañarlo, sino que también decidió divorciarse.
Sin embargo Luis no se dejó amilanar y por la fuerza la recogió y la obligó a acompañarlo a Jerusalén, con lo cual el brillante plan de Raimundo se derrumbó para siempre, y el príncipe quedó tan desolado y ofendido que decidió no apoyar de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia a los cruzados.
Raimundo era tío de Leonor, ésta era una mujer inteligente y con intenciones de independizarse y Luis era obcecado, indeciso y celoso; casi todas las familias de nobles francos estaban emparentadas en mayor o menor grado, y eso aumentaba la tensión entre las diferentes casas, especialmente cuando las murmuraciones apuntaban a algún romance prohibido, cosa que solía caldear los ánimos a veces hasta límites intolerables.
En definitiva: nuevamente una cuestión personal evitó que los cruzados pudieran seguir el mejor de los caminos para enfrentar al infiel, ya que este tipo de historias fue muy común a lo largo de todas la historia de las cruzadas.
La elección del plan a seguir.
Los planes que se podían seguir eran en realidad muchos, puesto que todos los príncipes y nobles del oriente franco deseaban fortalecer sus posiciones, pero lo que nunca se les debió pasar a los cruzados fue que el motivo por el cual estaban allí se había originado en la caída de Edesa.
Alepo hubiese sido un excelente comienzo, y esa era la idea de Raimundo de Antioquia, pero también estaba Joscelino de Edesa en Turbessel, que reclamaba a gritos la atención del rey franco para poder reconquistar su ciudad.
A pesar de que el apremio era muy grande para los príncipes del norte, Luis decidió ir hacia el sur por su problema personal con Raimundo y Leonor, y arruinó lo que podía haber sido un gran comienzo para la segunda cruzada.
También Raimundo de Trípoli deseaba la atención del nuevo ejército para reconquistar Montferrand, y se vería igualmente desilusionado.
Una vez en Jerusalén, comenzaron las negociaciones para ver que objetivo elegirían para comenzar la campaña contra el infiel.
El rey Balduino y la reina Melisenda invitaron a todos los cruzados y a los caballeros de todos los reinos de Oriente a una asamblea a celebrarse en Acre el 24 de Junio de 1148, en la cual se decidiría la cuestión.
No se presentó Raimundo de Antioquía por hallarse ofendido por el rey Luis, y tampoco Joscelino de Edesa porque no podía abandonar Turbessel sin arriesgarse a perderla también.
Tampoco asistió Raimundo de Trípoli, ofendido por haber sido abiertamente acusado de asesinar a Alfonso Jordán, el conde de Tolosa, que podía, de haber vivido, hacer reclamaciones con cierto derecho sobre Trípoli.
A pesar de las notorias ausencias fue una reunión soberbia, con el rey de Jerusalén Balduino III, la reina Melisenda, el rey franco Luis VII, el rey alemán Conrado III e innumerables nobles, el patriarca Fulquerio, los jefes de las órdenes militares, en fin, la crema y nata de la sociedad franca oriental y lo más reputado de occidente.
La decisión final, sin embargo, fue una locura total: resolvieron atacar Damasco!
Damasco, ciudad extremadamente rica que estaba enclavada entre Siria y Egipto, les daría la oportunidad de dividir para siempre a los musulmanes de ambas tierras, lo que no tuvieron en cuenta fue el hecho de que era un aliado natural de ellos mismos, porque en damasco se odiaba y temía a Nur ed Din, y se hacía todo lo posible para mantener las alianzas con los francos, o sea que atacarla era exacerbar los ánimos de los musulmanes damascenos contra los francos y hacerle un favor al gran caudillo del Islam.
No se sabe lamentablemente quien propuso la idea y quienes la aceptaron y quienes no, pero fue una decisión realmente terrible.
La campaña.
A pesar de la pérdida de la totalidad de la infantería, los francos de Luis formaban un formidable frente de ataque con los caballeros y los templarios.
Además, junto a los restos del ejército alemán de Conrado y sumándole las fuerzas de Palestina (ya que Antioquía, Trípoli y otras ciudades como Turbessel de Joscelino no colaboraron por los motivos ya expuestos) constituían una fuerza que jamás de había visto en Tierra Santa, eran numerosos, estaban bien alimentados, fuertes, con la moral alta y mucho entusiasmo para comenzar la liberación de todas las tierras ocupadas por musulmanes.
Sin embargo, la gran falla estaba en la estrategia a utilizar, puesto que la ciudad de Damasco, la bíblica Damasco, la antigua ciudad romana, la ciudad bizantina caída hacía mas de cuatrocientos años ante el Islam, la ciudad capital de los Omeyas, luego olvidada por los califas abásidas, era una aliada natural de los francos, con los que mantenía muy buenas relaciones, y no se explica porqué los reyes locales aceptaron ir contra ella.
Como era de esperar, Unur, el regente de Damasco, cuando se dio cuenta de que los francos iban contra su ciudad no lo podía creer, y contra su voluntad tuvo que pedir ayuda a todo el mundo musulmán, incluido el señor mas poderoso y temido del momento: Nur ed Din, el cual obviamente quería establecer sus condiciones para ayudar a hermanos tan reticentes a colaborar con él y que solían comerciar y tener muy buenas relaciones con los francos.
Los francos se acercaron a la ciudad y avanzaron a través de las ciudades extra muros, ocupándolas y tomando todos los huertos que se hallaban al sur de la misma.
Una vez bajo la muralla, el ejército cruzado rechazó ataques de Unur y se dispuso a asaltar la ciudad, pero al día siguiente llegaron miles y miles de refuerzos a Damasco, que comenzaron a hostigar a los francos de tal forma que estos no intentaron un asalto, sino que decidieron establecerse en un llano mas lejano para poder ver los ataques que el enemigo le lanzaba.
Este paso fue fatal, porque en ese lugar estaban totalmente desguarnecidos, mucho mas lejos de las murallas, que además en ese lado este era prácticamente infranqueable, los musulmanes eran cada día mas y los hostigaban sin descanso y para colmo ante estos reveses comenzaron a circular rumores sobre un supuesto soborno de Unur a los jefes locales para que eligieran ese lugar tan desastroso, lo que acabó por minar la confianza de los soldados.
Tan ciegos estaban los jefes de la cruzada que mientras esto sucedía solo pensaban en cómo se iban a repartir la ciudad y sus territorios.
Entonces los señores locales hablaron con los reyes cruzados y les dijeron que debían levantar el sitio porque sino llegaría Nur ed Din con su temible fuerza, y los francos, en tan mal lugar, sin haber podido tomar la ciudad por sorpresa, y tan terriblemente hostigados en los últimos tres días, serían totalmente exterminados.
Hayan creído o no en esto, los jefes de la cruzada se convencieron de que sin el apoyo de los señores locales no podían hacer nada, y retiraron sus tropas hacia Jerusalén, sin pensar en el terrible hecho de su reputación hecha polvo, del enorme triunfo del mundo musulmán y del fracaso total de todos sus esfuerzos.
Parece hoy mentira que en menos de cinco días un ejército tan enorme y bien equipado haya abandonado la idea del sitio de Damasco, pero esto se explica por el hecho de que nunca debió ser atacada una ciudad aliada aunque fuera musulmana, pero claro, los reyes europeos poco entendían de esas sutilezas orientales, aunque debieron ser puestos sobre aviso por las fuerzas locales, por lo que todavía hoy no se entiende tal decisión.
Después del fracaso.
El rey Conrado partió en cuanto pudo a Tesalónica, donde lo esperaban noticias de Manuel, que lo invitaba a Constantinopla para un encuentro fraterno.
De ese encuentro salió la alianza de los germanos con los bizantinos, que planearon destruir el reino de Roger de Sicilia y dividirse la península itálica entre los dos.
Selló esta alianza el matrimonio de Teodora, sobrina de Manuel y el hermano de Conrado, Enrique de Austria.
No se debe minimizar este tratado, porque sin dudas fue el sueño de dos gobernantes que ansiaban unir sus fuerzas contra un poderoso y molesto adversario que se había enquistado en el sur de Italia y había que sacar de allí a toda costa y a cualquier precio.
Se ha discutido mucho a Manuel por esta alianza, pero era muy natural que quisiera desembarazarse de un enemigo que todos los años maduraba planes para invadir Bizancio y no dejaba de intentarlo, y para ello el rey Conrado era un aliado indispensable.
Por otro lado, un resentido Luis solamente hablaba de la culpa que tenía el emperador en el lamentable fracaso de la cruzada, y cuando volvió a Europa los hizo convencido de que tenía que organizar una cruzada contra Bizancio, para vengarse de los griegos cismáticos y traidores, para lo cual se unió a Roger II de Sicilia y juntos trataron de convencer al Papa Eugenio, el cual a pesar de que no le convencía la idea autorizó a sus prelados más entusiastas a moverse a ver que conseguían con este asunto.
Sin embargo, la fuerte alianza que ligaba al emperador con Conrado III de Alemania lo salvó de una invasión a gran escala que le hubiera sido muy difícil de contener, porque Conrado se negó a participar de la nueva cruzada, a pesar de que todo el mundo quiso convencerlo, hasta recibió la visita del muy cristiano Bernardo de Claraval, que trató de convencerlo con los sermones exaltados que solía dar, pero Conrado ya no se dejaría engañar nunca más por este triste predicador del odio y la intolerancia hasta con los demás cristianos.
Sin la participación de los germanos los entusiastas reyes de Sicilia y Francia no estaban seguros de poder con el imperio, porque creían, no sin fundamento, que los alemanes de no estar con ellos se pondrían a favor de los griegos, por lo tanto el proyecto íntegro fue abandonado, aunque no por eso la idea de tomar Constantinopla fue dejada de lado, solo faltaba poco más de medio siglo para que la ansiada toma de la ciudad cismática se hiciera realidad.
Entonces, el mapa de Europa de mediados del siglo XII era claramente un sistema de dos alianzas predominantes que competían permanentemente por el poder del mundo conocido: Francos y normandos sicilianos contra alemanes y bizantinos, los cuales arrastraban a todos los reyes menores hacia uno u otro bando.
Conclusión.
Es evidente que la cruzada fracasó por varios motivos, el primero de los cuales fue el desentendimiento y la poca colaboración que se brindaron los reyes de Francia y Alemania.
La desconfianza hacia Bizancio hizo que tanto los francos como los alemanes cometieran errores enormes en sus tácticas para atravesar el territorio entre Bizancio y los turcos selyúcidas, lo que redundó en miles de muertes innecesarias.
La enorme exigencia hacia el imperio, que no podía alimentar a tres ejércitos y a su población, y las verdaderas batallas que libraron con los bizantinos por esta causa fueron causa de mas bajas y pérdidas numerosas.
Las peleas entre el rey Luis y su mujer Leonor por los celos de aquel hacia Raimundo de Antioquía influyeron para tomar la peor decisión de todo el periplo, y el despecho de muchos señores locales, que seguramente luego se alegraron con la derrota de los reyes cruzados, colaboró para promover el desastre final.
Finalmente, la estrategia totalmente equivocada de atacar una ciudad aliada cuando los blancos clave eran otros muy distintos, provocó que el desastre se produjera a solo cinco días de comenzar la campaña.
Por lo tanto, podemos concluir que una cruzada que se organizó por años, que tardó meses en trasladar dos enormes ejércitos (o lo que quedaba de ellos) a Tierra Santa, y que se rindió fácilmente a los cinco días de lucha ante un objetivo equivocado, ha sido una verdadera vergüenza para los cristianos occidentales.
El hecho de que Luis y todos sus barones culparan a Manuel Comneno de su fracaso habla a las claras de su intención de encontrar una excusa para su enorme cobardía y para su fracaso lamentable.