miércoles, 6 de julio de 2011

1936-39 GUERRA CIVIL ESPAÑOLA


El origen inmediato, desencadenante de la Guerra Civil, fue el fracaso inicial del golpe de estado contra el gobierno legal de la República. Sin embargo, sus origenes se empiezan a fraguar casi desde los primeros momentos de la república por aquellos sectores que no asumen el cambio de régimen y ven peligrar, con las reformas sociales proyectadas, sus privilegios ancestrales. Es este el caso de los terratenientes y grandes propietarios por un lado, sectores conservadores del ejército y de la Iglesia Católica por otro. Así, ya el 1 de mayo de 1931, a solo 15 días de instaurada la república, se producen unas duras declaraciones del cardenal Segura, primado de España, contra el nuevo régimen laico, lo que motiva su expulsión del país.
 Un primer intento de golpe de estado se produciría el 10 de agosto de 1932, esta vez a cargo del general Sanjurjo, disconforme con su cese como director de la Guardia Civil.
Todo ello tiene lugar en un contexto de marcada polarización de la política española, con una sociedad dividida entre una derecha que, como se ha dicho, teme perder sus privilegios y una izquierda temerosa del auge del fascismo en Europa. En 1936, tras una sucesión de crisis gubernamentales, las elecciones celebradas el 16 de febrero llevaron al poder al gobierno del Frente Popular, apoyado por la mayor parte de los partidos de la izquierda, con la oposición de los partidos de la derecha y lo que quedó del centro.
En estas circunstancias, un levantamiento cuidadosamente planeado por los generales José Sanjurjo, que debería haber sido el futuro Jefe de Estado, pero que murió en accidente de aviación al trasladarse a España desde Portugal, donde estaba exiliado por su intento de golpe de estado el 10 de agosto de 1932, Emilio Mola (el Director del alzamiento) y secundado por Francisco Franco, en aquellas fechas destinado en la Comandancia General de Canarias, da comienzo en Melilla la tarde del 17 de julio de 1936 y se extiende por gran parte de las guarniciones de España.
Del lado denominado nacionalista estaba la mayor parte de la Iglesia Católica española, importantes elementos del ejército, la mayoría de los terratenientes y muchos hombres de negocios. Del lado republicano estaban los trabajadores urbanos, la mayor parte de los obreros agrícolas y muchos de la clase media educada.
Así, el 21 de julio los rebeldes han adquirido el control de la zona de Marruecos bajo protectorado español, las islas Canarias, las islas Baleares (excepto Menorca) y la parte de la España peninsular situada al norte de la sierra de Guadarrama y del río Ebro, excepto Asturias, Santander y el País Vasco en la costa norte, y la región de Cataluña en el nordeste.
Las fuerzas republicanas, por su parte, consiguen sofocar el alzamiento en otras áreas, excepto en algunas de las ciudades andaluzas más grandes, incluyendo Sevilla (donde el general Gonzalo Queipo de Llano se hace con el mando de la 2ª División Orgánica), Granada y Córdoba.
En este contexto, los nacionalistas y los republicanos proceden a organizar sus respectivos territorios y a reprimir cualquier oposición o sospecha de oposición.
Una estimación mínima señala que más de 50.000 personas fueron ejecutadas, muertas o asesinadas en cada bando, lo que nos da una indicación de la gran dureza de las pasiones que la guerra civil había desatado.
La capitanía de los nacionalistas fue asumida gradualmente por el general Franco, liderando las fuerzas que había traído de Marruecos. El 1 de octubre de 1936, fue nombrado Jefe del Estado y formó gobierno en Burgos.
El presidente de la República Española hasta casi el fin de la guerra fue Manuel Azaña, un liberal anticlerical, procedente del partido Izquierda Republicana. En tanto que el gobierno republicano estaba encabezado, a comienzos de septiembre de 1936, por el líder del partido socialista Francisco Largo Caballero, seguido en mayo de 1937 por Juan Negrín, también socialista, quien permaneció de jefe del gobierno durante el resto de la guerra y continuó como jefe del gobierno republicano en el exilio hasta 1945.
Se luchó con gran ferocidad por parte de ambos lados, pero viéndose cada bando a sí mismo demasiado débil para conseguir una victoria rápida, se volvieron hacia el exterior en busca de ayuda.
Los nacionalistas o nacionales, como se autodenominaban los rebeldes, recibieron ayuda de la Italia fascista y de la Alemania nazi, mientras los republicanos la recibieron de la Unión Soviética, así como de las Brigadas internacionales, formadas por un miles de voluntarios de toda Europa y de los Estados Unidos). Hitler y Mussolini enviaron tropas, tanques y aviones para ayudar a los nacionalistas, mientras que la Unión Soviética aportó equipos y suministros a los republicanos, también recibieron ayuda de México, aunque los demás gobiernos democráticos europeos, especialmente Gran Bretaña y Francia volvieron la espalda al gobierno republicano. Alrededor de 40.000 extranjeros lucharon en las Brigadas internacionales en el bando republicano y otros 20.000 sirvieron en unidades médicas o auxiliares. El número de personas muertas en la guerra civil española sólo puede ser estimado de manera aproximada. Las fuerzas nacionalistas pusieron la cifra de 1.000.000, incluyendo no sólo a los muertos en combate sino también a las víctimas de bombardeos, ejecuciones y asesinatos. Estimaciones más recientes dan la cifra de 500.000 o menos. Esto no incluye a todos aquellos que murieron de malnutrición, hambre y enfermedades engendradas por la guerra.
 Las repercusiones políticas y emocionales de la guerra trascendieron de lo que es un conflicto nacional ya que, por muchos otros países, la guerra civil española fue vista como parte de un conflicto internacional que se libraba entre la libertad democrática y el creciente fascismo o —desde otro punto de vista— entre el triunfo del socialismo y la sociedad tradicional. Para Alemania e Italia, España fue terreno de prueba de nuevos métodos de guerra aérea y de tanques. Para Gran Bretaña y Francia, el conflicto representó una nueva amenaza al equilibrio internacional que trataban dificultosamente de preservar, el cual se derrumbó en 1939 con la Segunda Guerra Mundial y que creyeron, ingenuamente, que evitarían negando su ayuda al gobierno legítimo de España.
Sin duda, la consecuencia más funesta fue la suspensión de las libertades democráticas durante cuarenta años. El régimen totalitario y represivo instaurado tras el conflicto por el general Franco conservaría todos sus componentes autoritarios hasta la muerte del mismo. El exilio, el internamiento en campos de trabajo, los campos de concentración, las fosas de represaliados y el estancamiento económico forman parte de su legado. 

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