lunes, 27 de octubre de 2014

Pedro de Valdivia

Pedro de Valdivia (Villanueva de la Serena,1 2 3 4 Extremadura, España, 17 de abril de 14971Tucapel, Nueva Extremadura, 25 de diciembre de 1553) fue un militar y conquistador español de origen extremeño.

En 1520 inició su carrera como soldado en la Guerra de las Comunidades de Castilla, y posteriormente militó en el ejército del emperador Carlos V, destacando su participación durante las campañas de Flandes y las Guerras Italianas, en la Batalla de Pavía y en el asalto a Roma. Contrajo matrimonio en Zalamea en 1527, con doña Marina Ortiz de Gaete, natural de Salamanca. En 1535 partió al Nuevo Mundo y no volvería a ver a su esposa.
Con el título de Teniente gobernador otorgado por Francisco Pizarro, lideró la Conquista de Chile (Nueva Extremadura) a partir de 1540. Fundó las ciudades de Santiago de Nueva Extremadura en 1541, Villanueva de La Serena en 1544, La Concepción de María Purísima del Nuevo Extremo en 1550, Santa María la Blanca de Valdivia del Nuevo Extremo en febrero de 1552 y La Imperial en abril de 1552. Además, dispuso la fundación de las ciudades de Santa María Magdalena de la Villa Rica y Los Confines de Angol.
En 1541 recibió de sus compañeros conquistadores organizados en un cabildo, el título de Gobernador y Capitán General del Reino de Chile. Después de sofocar la resistencia indígena y algunas conspiraciones en su contra, regresó al Virreinato del Perú en 1548, donde Pedro de la Gasca le confirmó el título. De regreso a Chile emprendió la llamada guerra de Arauco, en la cual murió en 1553, en la batalla de Tucapel.
En varias oportunidades estuvo muy bien acompañado de un selecto grupo de hombres ilustres como don Francisco Martínez Vegaso, don Francisco Pérez de Valenzuela entre otros conquistadores españoles. También estuvo con el futuro toqui Lautaro.

Pedro de Valdivia
Partió al sur de Chile en enero de 1546 con una expedición de sesenta soldados. «Caminó a la ligera, dice Vivar, hasta pasar el caudaloso río de Itata, lo último de lo que él con sus compañeros había conquistado, y de allí adelante no había pasado ningún español.»2 Iban muy contentos viendo la fertilidad de la tierra, su hermosura y abundancia y, sobre todo, la gran multitud de gente que cubría los valles.
Estando en una laguna a cinco leguas al sur del río (tal vez la laguna Avendaño en lo que hoy es Quillón), acometió un reducido grupo de indígenas que fue desbaratado con facilidad. Por el cacique de aquella laguna supo Valdivia que todos los nativos de la región estaban haciendo gran junta para enfrentar a los españoles, y les mandó decir con el jefe indio acompañado de un yanacona traductor, que venía de paz, pero si quisiesen pelear les esperaba.
Aunque sin palabras, la respuesta fue bastante clara: devolvieron al desdichado yanacona bien apaleado. Caminaron dos días más hasta llegar al paraje de Quilacura, «que está a trece leguas del puerto de mar (la bahía de Penco.14 Mientras instalaban campamento bajo la luna llena, de pronto sintieron «tantos alaridos y estruendos que bastaban para aterrar a la mitad del mundo».14 Eran los mapuche, atacando con furia jamás vista por los españoles. La batalla duró gran parte de la noche, «estando el escuadrón cerrado de indios tan fuertes como si fueran tudescos»,2 es decir, como soldados alemanes, los más bravos que hasta entonces conocían los europeos. Pero la ferocidad y el coraje mapuche no bastaron, si bien por poco. Y al fin la ventaja de las cabalgaduras y los arcabuces logró romper el ahogo y salvó a los de Castilla una vez más. Murió el cacique Malloquete y unos doscientos indios, y los extenuados españoles contaron doce soldados malheridos y dos caballos muertos.
Dispersados los indígenas, Valdivia resolvió salir de inmediato del lugar. Se dirigió al valle del río Andalién, donde pudieron descansar y curar heridos. Al otro día capturaron algunos naturales, y supo por ellos que al amanecer siguiente caería sobre los debilitados conquistadores un ejército muchísimo mayor, «pues si de noche no acertaron pocos, querían acometer de día».2 Ahora sí, los españoles estaban perdidos. Valdivia reunió a sus principales capitanes en una junta de guerra que no demoró en decidir la retirada. Apenas cayó la noche dejaron los fuegos del campamento encendidos para hacer creer a los indios que seguían allí, y regresaron hacia Santiago de prisa pero sigilosamente por la costa, camino diferente al tomado de ida, para despistar más al temible enemigo. Se inauguraba la Guerra de Arauco con los soldados españoles, los mejores del mundo por entonces, huyendo de los mapuche.20
Con todo, no fue la retirada española la circunstancia más relevante de aquella primera jornada en tierra araucana, sino un hecho en apariencia intrascendente. Entre los mapuche capturados un mozalbete de unos doce años llamó la atención de Valdivia. Fascinado con su inteligencia y vivacidad decidió hacerlo su paje y caballerizo. El pequeño se llamaba Leftrarú, y era de linaje noble, hijo del cacique Curiñancu. Años más tarde el niño hecho yanacona entraría en la Historia como paradigma de su raza aún indómita, el más grande toqui de toquis: Lautaro.

En enero de 1550 inició una nueva campaña hacia el sur siguiendo la ruta que había tomado tres años atrás. Valdivia estaba nuevamente enfermo, pero se hizo transportar por los yanaconas durante el trayecto, tomando de cuando en cuando su caballo a cargo de su paje, Lautaro. El 24 de enero llegó a la zona de Penco y alcanzó el Bío-Bío y lo cruzó, mientras grupos de locales le vigilaban, de noche una masa de dos mil de ellos le atacaron siendo rechazados,25 tras esto el 22 de febrero llegó al río Andalién, donde acampó.
En la noche se presentó un escuadrón de araucanos de aproximadamente 10.000 individuos dando gran chivateo y pateando la tierra y se trabó una furiosa batalla campal de tres horas, viéndose seriamente comprometida para los españoles, donde una carga a pie y de lanceros alivió la situación dejando un español muerto y varios yanaconas heridos.
Valdivía se afortinó en el lugar, el cual daría fundamento a la ciudad de Concepción. Nueve días más tarde se presentaron otra vez los araucanos formados en escuadrones armados con hachas, flechas y lanzas, más mazas y garrotes y atacaron el fuerte. La batalla se decidió en una sola carga de caballería, en el cual murieron o quedaron malheridos 900 indios. En esta batalla murió Michimalonco.
A los sobrevivientes, Valdivia los mandó a amputar su mano derecha y nariz como señal de escarmiento y los liberó para que sembraran el pánico, esta forma de hacer la guerra se volvería contra los mismos españoles. Esta acción, además, fomentó el odio de un indio que tenía como paje llamado Lautaro.

Batalla de Tucapel - Muerte de Valdivia

Valdivia personalmente al mando salió con 50 jinetes más auxiliares desde Concepción el 23 de diciembre de 1553 en demanda del fuerte de Tucapel, donde creía ya reunidas las fuerzas de Gómez de Alvarado. Pernoctó en Labolebo, a orillas del río Lebú, y temprano en la mañana envío una patrulla de avanzada con cinco soldados a cargo de Luis de Bobadilla.
Estando ya a media jornada del fuerte de Tucapel, era muy extraño no tener noticia alguna del capitán Bobadilla. El día de navidad de 1553, se pone marcha de madrugada y al llegar a las inmediaciones de la loma de Tucapel se sorprende del silencio absoluto reinante. El fuerte estaba totalmente destruido y sin un español en las inmediaciones.
Mientras hacían campamento en las humeantes ruinas, de súbito el bosque se llenó de rugientes chivateos y golpes en el suelo. Sin más aviso, una masa bien encuadrada de indígenas se precipitó hacia la posición española. Valdivia, capitán de mil batallas, apenas pudo armar sus líneas defensivas y aguantar el primer choque. La caballería cargó sobre la retaguardia del enemigo, mas los mapuche tenían prevista esta maniobra, y dispusieron lanceros que contuvieron enérgicamente la carga. Con su habitual valor y resolución, los españoles lograron descomponer la primera carga de los indígenas, que se retiraron con crecidas bajas desde la loma a los bosques. Los de Valdivia comenzaban a saborear su acostumbrada victoria.
Pero apenas bajaban las espadas cuando irrumpió desafiante un nuevo escuadrón indígena; hubo que rearmar líneas y volver a dar carga con la caballería. Los mapuche, además de los lanceros, tenían ahora hombres armados con mazas, boleadoras y lazos, con los que lograban desmontar a los desconcertados jinetes españoles, y asestar un definitivo mazazo en el cráneo cuando intentaban erguirse del suelo.
Se repitió una vez más el cuadro: al toque de un lejano cuerno el segundo escuadrón se retiró dejando algunas bajas, y un tercer contingente se presentó fresco a la batalla. Esta vez estaba detrás el arquitecto de la invencible estrategia de los batallones de refresco, Lautaro.
La situación de los castellanos era desesperada. Valdivia ante el cansancio y las bajas, reunió a los disponibles y se lanzó a la lucha encarnizada. Ya la mitad de los españoles yacían en el campo y los indios auxiliares mermaban.
En un momento del combate, viendo que se les iba la vida, Valdivia se dirige a quienes aún le rodean y les dice:
—«¿Caballeros qué hacemos?»—
El capitán Altamirano, tan valeroso como arrebatado, responde como conquistador español:
—«¡Qué quiere vuestra señoría que hagamos sino que peleemos y muramos!»—3
Pronto la batalla estaba perdida y el jefe dispuso la retirada, pero el propio Lautaro cayó por el flanco produciendo el desbande. Era justo lo que Valdivia no deseaba y los indios se dejaron caer uno a uno sobre los españoles aislados. Sólo el Gobernador y el clérigo Pozo que montaban muy buenos caballos lograron tomar camino de huida. Pero al cruzar unas ciénagas, los caballos se empantanaron y fueron capturados por los indios.
Según algunos historiadores, en un acto de justicia por las mutilaciones y masacre a los indígenas que ordenó luego de la batalla de Andalién, Valdivia fue llevado al campo mapuche donde le dieron muerte después de tres días de atroces torturas, que incluyeron cercenamientos similares a las realizados por el conquistador para escarmentar a los indios en aquella batalla.El martirio continuó con la amputación de sus músculos en vida, usando afiladas conchas de almeja, y comiéndolos ligeramente asados delante de sus ojos. Finalmente extrajeron a carne viva su corazón para devorarlo entre los victoriosos toquis, mientras bebían chicha en su cráneo, que fue conservado como trofeo. El cacique Pelantarú lo devolvió 55 años después, en 1608, junto al del gobernador Martín Óñez de Loyola , muerto en combate en 1598.

http://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_de_Valdivia


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