sábado, 20 de septiembre de 2014

Masacre de Manila

La denominada Masacre de Manila hace referencia a las atrocidades cometidas en la ciudad de Manila en febrero de 1945 contra civiles filipinos por tropas japonesas en retirada finalizando la Segunda Guerra Mundial. Diversas fuentes cifran el número de víctimas en al menos 100.000 personas.1
Se trata de un suceso sólo comparable a las masacres de la Guerra filipino-estadounidense (1899-1913), y uno de los mayores crímenes de guerra cometidos por el Ejército Imperial Japonés desde la invasión de Manchuria en 1931 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

En febrero de 1945, quizá tomando como modelo el ejemplo de Stalingrado, unidades japonesas, en especial marineros, bajo el mando del Contraalmirante Sanji Iwabuchi fortificaron la parte sur de la ciudad, superpoblada, y decidieron atrincherarse ante la llegada de tres divisiones norteamericanas.
Los soldados y marinos japoneses atacaron a los refugiados filipinos que, desde el sur del rio Pásig, huían sin control ante la inminencia de la batalla y que se colocaban además a tiro de la artillería aliada. Esta, sin ahorrar potencia de fuego, utilizando artillería y aviación para abrirse paso, arrojaría cerca de dieciséis mil bombas, produciendo así numerosísimas víctimas civiles.
Los japoneses luchaban en primera línea desde cada casa o incluso desde las alcantarillas, de donde eran sacados con lanzallamas o granadas. Los norteamericanos iban paso a paso, liberando edificio a edificio. Atrás, en algunas zonas de la ciudad, en cierto momento los japoneses perdieron la cabeza al dirigir atrozmente sus ataques contra los propios civiles. Hacia el final un grupo de japoneses tomó a tres mil rehenes, los condujo a un lugar apartado y asesinó a un tercio de ellos. La batalla duró cerca de un mes, hasta que MacArthur entró en la ciudad el 27 de febrero.

La batalla comenzó con un ataque sorpresa norteamericano por el norte para liberar a los detenidos en el campo de internamiento de la Universidad de Santo Tomás. Fue un éxito que condujo a Douglas MacArthur a anunciar la liberación de Manila; incluso llegó a pensar en hacer una marcha victoriosa por la ciudad. Finalmente, esta marcha no llegó a realizarse, para fortuna de MacArthur, ya que las masacres del resto de la ciudad automáticamente habrían relacionado su nombre con un innecesario derramamiento de sangre. Tras haber tomado el barrio de España, los norteamericanos se ralentizaron por la creciente resistencia nipona, aumentada por un caos cada vez mayor. La violencia y las matanzas comenzaron por los prisioneros políticos en Fuerte Santiago el mismo día de la liberación; además, siguió con asesinatos indiscriminados a lo largo del mes entero que tardó la ciudad en liberarse de los soldados japoneses. La tan ansiada noticia de la liberación llegó el día 3 de marzo, un mes después del primero de los ataques, pero el final de la guerra tardó un tiempo en llegar. Manila se convirtió en la segunda ciudad más bombardeada de esos años, detrás de Varsovia, y la liberación fue mucho más amarga de lo que nadie se esperaba, ya que los daños a la población civil fueron inconmensurables. En este fragmento de historia se cuenta con la importante declaración de un hombre que lo vivió en primera persona. El padre Juan Labrador, director del colegio San Juan Letrán, expresó con clarísima ironía: "Se temían actos de barbarie, pero no matanzas al por mayor".

Culpables

La culpa de la barbarie recae sobre el almirante Iwabuchi Sanji, por haber desobedecido las órdenes del general Yamashita de evacuar la zona y resistir desde las montañas al noreste de Manila. Iwabuchi no sobrevivió, con lo cual resultaba difícil entender las razones que le llevaron a desobedecer. Únicamente la lógica militar y la psicología de unos soldados que creían liberar su última batalla pueden explicar esta actuación desesperada de arrastrar al peor de los finales al mayor número de víctimas posibles. Podrían haberse rendido para salir vivos, pero esta alternativa no fue considerada como posible; la gran mayoría de los soldados murieron en la lucha, lo que su gobierno había proclamado como la mejor forma de proclamar la independencia nacional. De un modo u otro, esta fue una situación desesperada que no logra explicar las matanzas de ese mes fatídico.
El mando norteamericano queda con una parte de culpa, ya que sus prisas provocaron una agobiante maniobra que impidió a los soldados imperiales tener una vía de escape. Mientras la ciudad era bombardeada indiscriminadamente, sus habitantes continuaban dentro sin posibilidad de ser evacuados. Además, tras los primeros ataques se produjo una pausa que permitió a los soldados norteamericanos asaltar libremente a los indefensos ciudadanos. El comportamiento de las tropas norteamericanas no parece del todo inexplicable. Solo tuvieron unas mil bajas en la batalla. Por otra parte se prefirió bombardear y esperar el agotamiento de los soldados japoneses. La preocupación principal fue la de salvar sus propias vidas, importándoles menos las de los residentes.

Escombros en Manila,1945
Ni la gran cantidad de desastres naturales ni el paso del tiempo han podido superar el daño causado en Manila durante aquel trágico mes. Los americanos prefirieron atacar con artillería pesada antes que arriesgarse a entrar en los sólidos edificios de piedra construidos en el periodo español, en los que se escondían los japoneses. Solo entre las 7:30 y las 8:30 de la mañana del 23 de febrero, se arrojaron 185 toneladas de explosivos.
Todas las construcciones que recordaban los tres siglos de presencia hispánica en la zona sufrieron con grave dureza la batalla, a excepción de la iglesia de San Agustín. El afán por evitar epidemias sirvió como pretexto o excusa para justificar el derribo y destrucción de los restos arquitectónicos hispánicos que aún contaban con paredes y bóvedas en pie. Según Pedro Ortiz Armengol, testigo ocular de la hecatombe, más que los propios bombardeos fueron las máquinas excavadoras las que terminaron con los restos de la historia hispánica de Manila. En este hecho, la culpa principal recaería sobre el ejército norteamericano, que sin piedad bombardeó el hermoso caserío español. Solo una infraestructura logró captar la atención necesaria para no ser derribada: el hotel Manila, cuya suite principal se convertiría posteriormente en la oficina del General McArthur.
La circular que anunciaba la toma de la ciudad por McArthur generó ilusión, toda vez que expresaba la satisfacción por la “reconquista” de Manila, y se daba gloria a la actuación de los Estados Unidos. Este optimismo, empero, fue menguando a medida que se daban a conocer las masacres que habían perpetrado los japoneses. Finalmente, el 7 de marzo, el cónsul español Del Castaño confirmaba por primera vez en Madrid dichas atrocidades.
 
http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Manila


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